El amor y su medida
Este es el don que el Espíritu Santo concedió a los mártires, para que pudieran soportar valientemente todos los tormentos.
El hermano R. me contó que, hallándose enfermo de gravedad cuando era pequeño, su madre le dijo lo siguiente a su padre: “¡Cuánto sufre nuestro hijo! ¡Con gusto dejaría que me cortaran toda la carne en trocitos, si con esto pudiera ayudarlo y aliviar su sufrimiento!”.
Tal es el amor del Señor por los hombres. Él dijo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15,13). El Señor sintió tanta compasión por los hombres, que deseó sufrir por ellos como una madre, o aún más. Pero nadie sería capaz de entender semejante amor, sin la Gracia del Espíritu Santo. Las Escrituras nos hablan de todo esto, pero es que tampoco ellas pueden ser entendidas con la mente, porque también en ellas habla el mismo Espíritu Santo.
El Señor nos ama tanto, que quiere que todos los hombres se salven (1 Timoteo 2, 4) y que estén eternamente con Él en los Cielos, gozándose de Su gloria (Juan 17, 24). Nosotros no conocemos esa gloria en su plenitud, pero por medio del Espíritu Santo la entendemos parcialmente. Quien no haya conocido al Espíritu Santo no podrá entender esta gloria, sino que solamente creerá en las promesas del Señor, guardando también Sus mandamientos. Pero también estos son bienaventurados, como le dijo el Señor al Apóstol Tomás (Juan 20, 29); y estarán con aquellos que ya desde esta vida conocieron la gloria de Dios.
Si quieres conocer al Señor, humíllate hasta el final, sé obediente y austero en todo, y ama la verdad. Así, el Señor te permitirá conocerle por medio del Espíritu Santo, y así sabrás, por experiencia, qué es el amor de Dios y cuál es Su amor a la humanidad. Y, mientras más perfecto es el amor, más perfecto es también el conocimiento.
El amor es pequeño, mediano, o incluso grande.
Quien le teme a pecar ama al Señor. Quien siente el corazón compugido ama aún más. Quien tiene luz y gozo en su alma, ese ama todavía más. Sin embargo, aquel que tiene la Gracia en el alma y en el cuerpo, ese tiene el amor perfecto. Este es el don que el Espíritu Santo concedió a los mártires, para que pudieran soportar valientemente todos los tormentos.
(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznadejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu,2001)