¿Acaso nos lamentaremos al final de nuestros días?
Debes temerle al infierno y esforzarte en entrar al Reino que está en lo alto.
«Le temo a la muerte y me aterrorizo. Le temo al fuego del infierno, que es eterno y no se apaga jamás. Siento miedo a la oscuridad infinita, porque hasta allí no llega la luz. Les temo a a los gusanos, porque parecen no tener fin. Siento temor a los ángeles del Juicio Final, porque no son indulgentes. ¡Ay de mí, cuando me llamaban, yo no escuchaba! ¡Me decían que debía renunciar a todas mis vilezas y a todo lo desagradable de mis actos, pero no hacía nada en consecuencia! ¡Ay de mí, que he ensuciado Tu casa, Señor, y he llenado de repulsión a Tu Espíritu Santo! ¡Justas son Tus cosas y justos son también Tus juicios! ¡Por una pequeña iniquidad me privo del alimento infinito y del Reino de los Cielos! ¡Y eternamente sufriré el tormento, siendo arrojado al fuego, a cambio de todos esos placeres terrenales! Justo es el juicio del Señor, que me quiso instruir y yo no lo atendí. Me presentó testimonios, pero yo me burlé de ellos».
Esto es lo que dirá cada uno de nosotros, si sucede que deba partir de este mundo antes de empezar a arrepentirse. Por eso, debes temerle al infierno y esforzarte en entrar al Reino que está en lo alto.
(Traducido de: Cuvinte de la Sfinții Părinți, Editura Episcopiei Romanului, 1997, p. 54)