¿Acaso pretendemos engañar a Dios?
¡Ay de nosotros si oramos y practicamos la caridad, pero nuestra alma sigue siendo impura! La oración del iracundo es sucia. La caridad del orgulloso no es agradable a Dios.
Debemos reconocer las trampas del demonio y sus formas de esclavizarnos, porque sólo así podremos romper las cadenas con las que nos ata. Y cuando escapemos de su tiranía, vendrá a nosotros el Reino de Dios, que se otorga solamente a quienes le conocen a Él. Entonces moraremos junto a los ángeles. Entonces, en vez de la maldición de Adán, tendremos la bendición divina. Y en vez de muerte y corrupción, tendremos vida eterna.
Sin embargo, para alejar al demonio y librarnos de su sometimiento, debemos amar con toda el alma a Cristo. Y Él, cuando le amemos con fuerza y sinceridad, expulsará de nosotros las víboras venenosas de la dejadez y la insensatez, que no nos dejan acercarnos a Él. Por eso, muchos cristianos que se apartan de Dios se vuelven mentirosos, envidiosos, difamadores, injustos, impuros, orgullosos, ladrones, falsos, desenfrenados, adúlteros, perversos. Y es que, sin Dios, el hombre se doblega ante el maligno.
¡Ay de nosotros si oramos y practicamos la caridad, pero nuestra alma sigue siendo impura! La oración del iracundo es sucia. La caridad del orgulloso no es agradable a Dios. La piedad del injusto y el auxilio del arbitrario no le gustan al Señor. Dios no puede ser engañado. Él quiere nuestro corazón entero. No podemos seguir bajo el dominio del demonio, creyendo que le agradamos a Dios. El mismo Apóstol nos lo dice: “Dios no puede ser burlado”.
(Traducido de: Sfântul Simeon Noul Teolog, Miezul înțelepciunii Părinților, Editura Egumenița, Galați, pp. 47-48)