Acatisto a San Nectario de Egina
San Nectario de Egina (o de Pentápolis, como también se le llama), es uno de los santos de la Iglesia Ortodoxa llamados "taumaturgos". Cada vez se conocen más y más testimonios de fieles —en todo el mundo— que han sido sanados con el bendito auxilio de San Nectario, especialmente de enfermedades graves como el cáncer. ¡Pidámosle con fervor, no solo por nuestro bien, sino principalmente por el de nuestros hermanos que actualmente sufren por causa de alguna dolencia o tribulación!
Se hacen las oraciones iniciales, y después:
Himno (Kontakión) primero
Vengan todos los discípulos de Cristo, los que están sedientos del Reino de los Cielos, a presentarle honras a nuestro amoroso protector, el Santo Jerarca Nectario. Y, agradeciéndole por su inmenso amor hacia nosotros, cantémosle con una sola voz: ¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Verso (Icos) primero
Como portador de las alegrías divinas, te mostraste en el mundo, Nectario, servidor de Cristo, llevando una vida sin mancha; justo, piadoso e inspirado por Dios, recipiendario de muchos dones; por esto, también de nosotros recibe nuestros cantos:
Alégrate, que por medio tuyo se enaltecen los que creen con fe;
Alégrate, que por ti desaparecen los enemigos;
Alégrate, copa dorada de sabiduría;
Alégrate, que con tu auxilio podemos vencer la maldad del mundo;
Alégrate, morada de santidad y de los dones divinos;
Alégrate, libro celestial de la nueva mansión angelical;
Alégrate, porque te revelaste plenamente santo;
Alégrate, porque a todo lo material renunciaste;
Alégrate, recompensa brillante de la fe;
Alégrate, poderoso y devoto mediador ante la Gracia;
Alégrate, que la Iglesia se honra en ti;
Alégrate, que la Isla de Egina por ti se alegra;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno segundo
Habiéndote mostrado sabio desde joven, la luz divina te iluminó el alma y el brillo de los santos mandamientos seguiste, oh Piadoso. Por esto, creciendo en virtud, desde niño comenzaste a cantarle a Cristo: ¡Aleluya!
Verso segundo
Dirigiéndote a la ciudad de San Constantino, tuviste al temor de Dios como guía y la búsqueda de la santidad como manto. Por esto, alimentándote de la sabiduría divina, a aquellos a los que tu palabra les ha llenado de una felicidad santa, les oyes exclamar:
Alégrate, vid eterna;
Alégrate, néctar de la ambrosia;
Alégrate, que del Redentor nos fuiste enviado como un sanador luminoso;
Alégrate, que a los primeros Padres seguiste;
Alégrate, piedra nueva de la creación pensante;
Alégrate, nueva corona de la Iglesia íntegramente fiel;
Alégrate, tú que te mostraste como una rosa recién florecida;
Alégrate, que de Dios recibiste el don;
Alégrate, nueva estrella en la fe del pueblo;
Alégrate, tú que brillas en la gloria del Creador;
Alégrate, sabio administrador de los mandatos divinos;
Alégrate, imagen de las veneradas virtudes angelicales;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno tercero
La verdadera sabiduría buscaste, deseándola desde tu juventud y a Nuestro Señor Jesucristo le pediste fervientemente que te hiciera merecedor de su altísima belleza. Por eso, San Nectario, con fe, también tú alabas al Señor, diciendo; ¡Aleluya!
Verso tercero
Se alegró tu alma, Nectario, como sucedió alguna vez a los grandes padres, Basilio y Gregorio, yendo hacia Atenas a aprender de la enseñanza correcta. Por eso, con alegría te exclamamos:
Alégrate, hijo de la luz celestial;
Alégrate, heredero de la piedad angelical;
Alégrate, tú que huiste de los engaños del mundo;
Alégrate, que nunca dejaste de desear el camino de santidad;
Alégrate, mente favorecida por Dios, llena de sabiduría beatífica;
Alégrate, cual pedernal del Santo Espíritu, fuego ardiente de la razón cristiana:
Alégrate, porque llevaste una vida sin mancha;
Alégrate, porque venciste los engaños del astuto,
Alégrate, tú que abriste la puerta del alma al amor de Cristo;
Alégrate, que en ti floreció todo bien luminoso;
Alégrate, sólido auxilio de los que creen;
Alégrate, lanza temida por el enemigo;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno cuarto
Teniendo el celo divino de los Piadosos Padres, nunca dejaste de desear una vida de pureza. Por eso, en la Isla de Quíos y con felicidad, entraste a la obediencia monacal, dejando defraudado al maligno, por lo que no dejaste de cantar al Señor: ¡Aleluya!
Verso cuarto
Escuchó el Jerarca Celestial tu oración, porque a Él te dirigiste con todo tu corazón. Por eso, las aguas en las que navegabas se sosegaron y la tormenta cesó. Viendo esto, quienes fueron salvados por tus oraciones, con agradecimiento y fe cantaron:
Alégrate, sanador enviado por Dios;
Alégrate, manantial inagotable de milagros;
Alégrate, nuevo astro de la Iglesia, resplandeciente;
Alégrate, tú que moras junto a todos los Santos;
Alégrate, precioso vaso de los dones celestiales;
Alégrate, jardín que florece en virtudes angelicales;
Alégrate, tú que sosiegas las tormentas del mar;
Alégrate, tú que las voces blasfemas callas;
Alégrate, nuevo elegido por Cristo;
Alégrate, piadoso sembrador de virtudes;
Alégrate, tú que amas la vida espiritual;
Alégrate, tú que fuiste recompensado con la alegría celestial;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno quinto
Oh, Jerarca Santo, te nos has mostrado, en estos tiempos finales, como merecedor de veneración, como alguna vez sucedió con los primeros Santos. Porque, de la misma manera que ellos lo hicieron, así viviste, realizando gloriosos milagros, amparando en su necesidad a quienes te exclaman: ¡Aleluya!
Verso quinto
Como un pastor elegido por Dios te revelaste en Egipto, oh luminoso pastor de Pentápolis, buscando, como alguna vez lo hiciera San Pablo, la vida de Cristo. Por eso, también los fieles, conociendo tus virtudes, con cantos de alegría expresan:
Alégrate, grandeza de las ciudades;
Alégrate, esencia de la piedad;
Alégrate, semejante a los Venerados ascetas;
Alégrate, esplendor nuevo del sacerdocio;
Alégrate, copa de bondad y tesoro del amor;
Alégrate, dador de paz y manantial de misericordia;
Alégrate, que a la Iglesia te mostraste resplandeciente;
Alégrate, guía de los fieles;
Alégrate, ejemplo de vida sin mancha;
Alégrate, candela de la divinidad;
Alégrate, impecable prelado que desde las alturas oficias;
Alégrate, excepcional portavoz de lo divino;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno sexto
Vieron los cristianos de Egipto que eras un verdadero sacerdote del Evangelio. Por eso, al escucharte predicar, muchos pensaron que tenían ante ellos a un nuevo Santo Padre de la Iglesia, enseñándoles con ardor. Ellos, junto a ti, no dejaron de enaltecer al Señor, diciendo: ¡Aleluya!
Verso sexto
También en Grecia fulguraste, asemejándote a un nuevo apóstol, encendiendo los corazones de los fieles con el fuego de tus santas enseñanzas y con los destellos de tu virtuosa vida. Por eso, recibiendo nosotros también tu luz, te cantamos de esta manera:
Alégrate, luz en la Iglesia del Señor;
Alégrate, clarín que anuncia la verdad;
Alégrate, tú que tuviste la devoción de los apóstoles;
Alégrate, fuente de don y salud;
Alégrate, divino orador con palabras de vida;
Alégrate, que tus homilías rebosan de la Gracia, oh Sabio;
Alégrate, tú que sanas las almas de toda aflicción;
Alégrate, que calmas los arrebatos del corazón;
Alégrate, excelso maestro de los creyentes;
Alégrate, grande asceta, seguidor de Cristo;
Alégrate, que muchas tentaciones resististe;
Alégrate, tú que conduces las almas hacia Cristo;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno séptimo
Grande entre Jerarcas y sabio entre maestros, no dejaste de ser un humilde asceta de Cristo, oh Piadoso Nectario. Por eso, fuiste llamado a ser padre espiritual de aquellos que se preparaban para el sacerdocio. Junto con ellos, te honramos y cantamos: ¡Aleluya!
Verso séptimo
Néctar de justicia y fruto de vida santa, los caminos divinos seguiste, amparado por un cielo espiritual; a nosotros, que vivimos tiempos de prueba, siempre nos auxilias. Por eso, nuestras almas se alegran, cuando te cantan cosas como estas:
Alégrate, camino a la felicidad;
Alégrate, brisa de eternidad;
Alégrate, que de ti brotan aguas de Gracia;
Alégrate, tú que hiciste callar al malvado;
Alégrate, primavera de santidad, que disipas inviernos de la mente;
Alégrate, brillo que iluminas hasta la más profunda oscuridad;
Alégrate, que alejas los pensamientos errados;
Alégrate, que alegras los corazones de los fieles;
Alégrate, auxilio de los que creen;
Alégrate, tú que vences las herejías;
Alégrate, perdición de los que difaman;
Alégrate, sanador de los enfermos;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno octavo
Excepcionales milagros brotan de tu gran misericordia, Padre, sanando a quienes sufren de dolor. Por eso, también a tu santo monasterio, permanentemente llegan multitudes buscando la cura de sus enfermedades, cantándote sin cesar: ¡Aleluya!
Verso octavo
Puerto seguro es tu monasterio, oh Santo, en la Isla de Egina. Ahí, guiaste las almas de sus monjas hacia la salvación, conduciéndolas con sabiduría en el camino a Cristo. Por eso, incesantemente siguen orándote así:
Alégrate, tú que trabajas con santidad los pensamientos;
Alégrate, océano de paciencia;
Alégrate, imagen viva de la humildad;
Alégrate, santo tesoro de pureza;
Alégrate, candela de virtud y santuario de castidad;
Alégrate, morada de virtudes y templo de compasión;
Alégrate, que hacia Dios conduces tu Monasterio;
Alégrate, que todas tus fuerzas y fervor en aquel pusiste;
Alégrate, guardián luminoso de Egina;
Alégrate, que eres un auxilio pronto para los que creen;
Alégrate, que a muchos has librado del peligro;
Alégrate, tú, que desterraste al astuto al más profundo abismo;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno noveno
Llenas de la Gracia y de aroma espiritual son tus Santas Reliquias. La mirra que brota de ellas no sólo perfuma tu santo monasterio, sino también a toda la Isla de Egina, bendiciendo a los que no dejan de cantarte: ¡Aleluya!
Verso noveno
Manantial de Gracia son tus Reliquias y llenas de dones celestiales. Multitudes de enfermos son sanados por ellas y también los pecadores son redimidos. Por eso, con ellos te exaltamos diciendo:
Alégrate, tú que rebosas sanaciones;
Alégrate, liberación del sufrimiento;
Alégrate, que pronto acudes en auxilio;
Alégrate, que en sueños te muestras entre nosotros;
Alégrate, fuente que nos das el amor del Padre;
Alégrate, refugio de alegrías espirituales;
Alégrate, que del terrible cáncer a muchos has sanado;
Alégrate, que al enemigo has herido de muerte;
Alégrate, que ante ti se doblega la vanidad del conocimiento humano;
Alégrate, que prodigas tu ayuda a quienes creen;
Alégrate, vestidura preciosa de los Jerarcas;
Alégrate, tú que iluminas la mente de los ignorantes;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno décimo
Auxilio y protector te han nombrado todos los creyentes que han gozado de la dulzura de tus bondades. Porque de los que te han llamado con fe, ninguno ha quedado sin consuelo de parte tuya. Por eso, todos con alegría cantan: ¡Aleluya!
Verso décimo
La noticia de tus milagros ha trascendido por doquier, oh portador de Dios. Y tú siempre has ayudado aun a los que están lejos, salvándolos de peligros y aflicciones. Por eso, a ti se dirigen diciendo:
Alégrate, que Grande fuiste nombrado entre los Padres de la Iglesia;
Alégrate, que tienes un lugar de veneración entre los santos;
Alégrate, que eres honrado de la misma forma que los primeros de ellos;
Alégrate, que has sido coronado entre los Santos Padres;
Alégrate, triunfo de la fe, fortaleza de los cristianos;
Alégrate, manantial de la Gracia, rubor de los que no creen;
Alégrate, que tú nos revelas la gloria de la verdad;
Alégrate, tú que cierras la boca del pecador;
Alégrate, alegría y fuerza de los creyentes:
Alégrate, auxilio y firmeza de las almas;
Alégrate, que por ti Cristo se glorifica;
Alégrate, que desvaneces al maligno;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno decimoprimero
Innumerables cantos de agradecimiento, te elevamos, Padre, quienes somos bendecidos por tu amparo en nuestras penas, porque con rapidez has venido a disipar la tristeza. Por eso, con tu ayuda, alabamos a Cristo, diciendo: ¡Aleluya!
Verso decimoprimero
Con las llamas de tus milagros has abrasado el afán de los espíritus malvados, porque con perseverancia acudes en auxilio de los fieles. En momentos de sufrimiento, a todos nos has librado del dolor y nos has sanado de incontables enfermedades. Por eso, con fervor, todos dicen así:
Alégrate, sanador de los enfermos;
Alégrate, pavor de los demonios;
Alégrate, que a los que padecían de fiebre has sanado;
Alégrate, que a los que erraban has corregido;
Alégrate, que has hecho que brote agua de fuentes secas;
Alégrate, que has bendecido Egina con tus fervientes oraciones;
Alégrate, que por medio tuyo se nos revela la misericordia de Dios;
Alégrate, tú que has vencido sequías, trayendo abundante lluvia;
Alégrate, manantial abundante de Gracia;
Alégrate, estrella que a todos ilumina;
Alégrate, sapientísimo padre espiritual de tu monasterio,
Alégrate, que de sus monjas escuchas decir:
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Himno decimosegundo
La Gracia del Espíritu Santo brota en abundancia de tus Santas Reliquias. Igual que un río cuyas aguas corren sin detenere, esa Gracia socorre las almas que sufren y cura las enfermedades de quienes con fe le cantan al Señor: ¡Aleluya!
Verso decimosegundo
Cantando con todos los ángeles el himno de la Santísima Trinidad, dirige desde lo alto tu mirada hacia nosotros y, por tu piedad sin límites, no dejes de ayudar a quienes con fe nos dirigimos a ti, diciendo:
Alégrate, hijo de Selimbria;
Alégrate, gloria de la Iglesia;
Alégrate, orgullo de Egina;
Alégrate, custodio de Grecia;
Alégrate, imagen y modelo de devoto Jerarca;
Alégrate, protector y salvador de los que siguen la obediencia monacal;
Alégrate, lucero nuevo de la Iglesia:
Alégrate, don que fortalece a los piadosos;
Alégrate, tú que disipas las aflicciones;
Alégrate, que por medio tuyo muchos alaban a Dios;
Alégrate, defensor incansable de los fieles;
Alégrate, pronto mediador ante el Creador;
¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Verso decimotercero
Oh, Bondadoso Padre, luz de los ortodoxos, Jerarca de Cristo, Nectario, tú que estás frente al Trono de Dios, pídele incesantemente por el perdón de nuestros pecados y que regresemos al camino de la Gracia. Porque también nosotros al Salvador cantamos: ¡Aleluya!
(Este verso se repite 3 veces). Luego:
Vengan todos los discípulos de Cristo, los que están sedientos del Reino de los Cielos, a presentarle honras a nuestro amoroso protector, el Santo Jerarca Nectario. Y, agradeciéndole por su inmenso amor hacia nosotros, cantémosle con una sola voz: ¡Alégrate, Santo Jerarca Nectario, gran hacedor de milagros!
Luego se repite el Verso primero. Al terminar, se hace la siguiente oración:
Oh, santísimo, glorificado y muy milagroso Nectario, recibe esta pequeña oración que te dirigimos como siervos indignos, porque en ti, como en un verdadero manantial de consuelo y auxilio inmediato milagroso nos refugiamos, y dirigiendo nuestros ojos a la santidad de tu ícono, con lágrimas incontenibles te pedimos: Examina, oh Santo, nuestras aflicciones, nuestra pobreza y nuestra bajeza. Examina las heridas de nuestras almas y cuerpos
Te pedimos, San Nectario, ven pronto en nuestro auxilio con tus incesantes y santísimas oraciones y ayúdanos. No te olvides de nuestro dolor y no nos ignores a nosotros, indignos y necesitados, porque sabemos, oh Santo de Dios, que, aunque sufriste grandes injusticias por tu amor a Cristo, por medio de ellas recibiste el don de Dios, y hoy puedes gozarte de estar en el Reino preparado para aquellos que han vivido en santidad, por lo que sabemos que quien a ti acude en busca de auxilio, orando con fe, no ha quedado sin ser atendido. Porque ¿quién ha pedido tu ayuda, oh milagroso y no le has aliviado su sufrimiento?
Tus milagros y tu auxilio nos han decidido, a pesar de nuestra falta de merecimientos, a llamarte en busca de tu protección. Sabemos Jerarca elegido, de muchísimos milagros de sanación que has realizado, como un nuevo médico de los más necesitados. No conocemos ninguna enfermedad, ningún dolor que no puedas sanar; pero, aún más, se sabe que no sólo has curado enfermedades a las que los médicos consideraban incurables, sino que también has ayudado a muchísimos enfermos a fortalecerse en la fe y en la paciencia, recibiendo luego recompensa por ese sufrimiento.
Débil es nuestra fe, pero a ti acudimos con esperanza y con lágrimas. Arrodillándonos, te pedimos, oh Santo Jerarca Nectario, que intercedas por nosotros ante Jesucristo, Hijo de Dios, Aquel que nunca dejó de escuchar las oraciones que elevabas en tu propio sufrimiento, sino que siempre te escuchó, te fortaleció y después te recibió en su morada celestial.
A Él pídele que también nosotros seamos ayudados y que nos muestre Su misericordia al escuchar tus oraciones, y que seamos también de la aflicción y el sufrimiento liberados, para seguir bendiciendo al Dios que es en Trinidad alabado, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.