¡Acepta la ofrenda de mis palabras, Señor!
Dirige mis palabras con Tu verdad y recíbelas a los pies de Tu trono. Incensa mi ofrenda con el perfumado incienso de las oraciones de un santo y no la rechaces, luminoso y Trino Señor, luz de los mundos.
Acepta la ofrenda de mis palabras, Padre mio. ¡Acepta los gorjeos de un niño que se arrepiente, Padre mio!
Dirige mis palabras con Tu verdad y recíbelas a los pies de Tu trono. Incensa mi ofrenda con el perfumado incienso de las oraciones de un santo y no la rechaces, luminoso y Trino Señor, luz de los mundos.
Las legiones angelicales te ofrecen un sacrificio más resonante, pero sus palabras vienen también de Ti y a Ti vuelven, puras de toda oscuridad y pecado.
Miserable soy y no tengo nada más que ofrecerte en Tu altar de sacrificio, fuera de estas palabras. De todas formas, mi ofrenda siempre sería la misma, mis propias palabras. Porque, ¿qué son las criaturas, sino palabras? Tu has llenado el universo entero con lenguas que son como llamas cuando se levantan para alabarte y susurrarte sus oraciones. Aunque tuviera un cordero para ofrecértelo en sacrificio, te seguiría presentando la ofrenda de mi palabra. Aunque tuviera un ave para ofrecértela, mi oblación seguiría siendo la palabra. ¿Por qué habría de presentarle a otro la ofrenda de la palabra de mi Señor?
¿Quién me ha hecho soberano sobre la vida de otros y sobre el canto de otros, sobre la llama y el sacrificio de otros? ¿Quién? Mis palabras son vida y mi canto, llama y oblación. He tomado algo que es Tuyo y te lo ofrezco: acéptalo y no lo rechaces.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Noul Hrisostom, Episcop de Ohrida şi Jicea, Rugăciuni pe malul lacului, traducere din limba engleză de Paul Bălan, Editura Anestis, 2006, pp. 223-224)