Desde pequeño, el niño aprehende lo que se le dice, y lo que escucha se graba en su alma como sellado con cera. Por eso, es entonces cuando su vida empieza a inclinarse a la virtud o al pecado.

Si desde el comienzo lo alejamos del pecado y lo dirigimos al camino correcto, esto se convertirá en hábito para él, se hará parte de su forma de ser y no se desviará fácilmente hacia el mal, porque la misma costumbre lo conducirá a actuar bien.

(Traducido de: Cum să educăm ortodox copilul: 300 de sfaturi înțelepte pentru părinți de la sfinți și mari duhovnici, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2011, pp. 76-77)