Palabras de espiritualidad

Adentrarse en lo solitario, una declaración de amor a Dios

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

El abnegado cuerpo del monje sirve como refugio fuerte y seguro para esas incontables bondades celestiales.

El auténtico amor a Dios no soporta al mundo ni ama las relaciones vacías con los demás, sino que prefiere la soledad. Este amor ha impulsado a miles de almas a alejarse del ancho camino del mundo, para adentrarse en lo solitario, y ahí poder encontrarse con su amado Señor. Para reunirse en misterio con su Creador, Quien es todo amor, tanto por Su nombre como por Su propio ser. Pero, ante todo, para hacerse dignas de verlo y encontrarse con Él.

Los monjes y las monjas asumen todo lo que implica el ayuno, el sacrificio, la renuncia a sí mismo, las vigilias, la pobreza, la obediencia y todos los demás votos, solamente para hacerse dignos y dignas de encontrarse con su Señor. Y en este trabajoso camino, el alma consigue participar de ese encuentro, cuando se ha liberado, se ha purificado y se ha ataviado. ¿De qué tiene que librarse el alma solitaria? De todos los lazos y pasiones terrenales. ¿De qué debe purificarse? Del auto-llamado amor carnal y terrenal, del amor al cuerpo, del amor a nuestros amigos y familiares, a nuestro lugar de origen, a las posesiones materiales, a los ropajes y las joyas, etc. ¿Con qué tiene que ataviarse el alma? Solamente con el amor a Cristo, que abarca a todos los demás atavíos y a todas las joyas de la fe, como la plata de la esperanza y las piedras preciosas de las demás virtudes. El abnegado cuerpo del monje sirve, entonces, como refugio fuerte y seguro para esas incontables bondades celestiales.

(Traducido de: Sfântul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, Editura Sophia, p. 18)