Ahora, alma mía, que se haga la voluntad de Dios
Si habrás de espabilar un poco al escuchar estas palabras, que vienen de lo profundo de la conciencia, o si seguirás siendo fría e insensible, eso no lo sé. Te dejo en manos de Dios.
Alma mía, he hecho todo lo que he podido, lo que he creído que era lo mejor para ti. Te he relatado tu agitado pasado, te he recordado pasajes de tu infancia y de tu juventud. Luego te he hablado de cómo fue que nos volvimos a encontrar, retrayéndonos y volviéndonos a Cristo, cómo fue que nos aconsejamos para venir al monasterio, cómo fue que decidimos asumir el yugo de Jesús. Luego te hablé de cómo te volviste a alejar de Él, de cómo tu corazón volvió a caer en la insensatez, de cómo tu mente se extravió por completo, y cómo fue que tuve que luchar para acercarte nuevamente a Cristo. Para esto tuve que reprenderte, aconsejarte, enseñarte, amonestarte, exhortarte y hacer todo lo que creí que era necesario para despertarte de tu dejadez, aunque fuera un poco, para poder analizar nuestra vida y empezar de nuevo. Ahora, alma mía, que se haga la voluntad de Dios.
Si habrás de espabilar un poco al escuchar estas palabras, que vienen de lo profundo de la conciencia, o si seguirás siendo fría e insensible, eso no lo sé. Te dejo en manos de Dios. Por eso fue que te hablé tanto sobre tu pasado, para mostrarte que toda tu vida la has vivido en pecado, y que ahora caíste en la más densa y amarga negligencia. Luego, si huyes del esfuerzo, del ayuno, de la continencia de los sentidos y del cuerpo, no tendrás otra cosa para apaciguar a Dios que el pequeño esfuerzo que puedas hacer y, luego, vaciar tu conciencia y reprenderte a ti misma. Por eso, si huyes del esfuerzo, intenta cumplir al menos con tu obediencia, con el amor, la mansedumbre, la oración pura, el silencio, la soledad, la pobreza, la lucidez, etc., es decir, con esfuerzos más espirituales, que no requieren de tanto trabajo físico. Y si no puedes esforzarte, debido a tu misma pereza y a la obra del maligno, hazte dócil, alma mía, y vive manteniendo solamente pensamientos humildes y culpándote solamente a ti misma.
(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 167)