Palabras de espiritualidad

¿Al frente de todos, o es mejor ser el último?

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

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La vanagloria es señal, no sólo de una moral atrofiada, sino también de una gran debilidad mental.

En cierta ocasión, hallándose en casa ajena, Cristo vio que los invitados elegían los mejores lugares para sentarse. Meditando sobre algo en apariencia tan insignificante, el Señor, para Quien no había nada sin importancia en el mundo moral, pronunció estas palabras, que habrían de resonar sobre el mundo: “Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer asiento, no sea que haya otro invitado más honorable que tú, venga el que te invitó y te diga: Cede el sitio a este, y entonces tengas que ir avergonzado a ocupar el último puesto. Por el contrario, cuando seas invitado, ponte en el último puesto, y así, cuando venga el que te invitó, te dirá: Amigo, sube más arriba. Entonces te verás honrado ante todos los comensales. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lucas 14, 8-11).

El orgullo humano suele manifestarse en las situaciones más comunes y ordinarias: en los convites, en el salón de la casa, al comer. A semejanza de lo que ocurría en la antigüedad, el invitado contemporáneo quiere tener siempre el mejor lugar. Esta costumbre también era conocida en tiempos de los grantes potentados de la Rusa Moscovita, los cuales (¡sin demostrar, en este aspecto, una pizca de espíritu ortodoxo!) se desvivían por sentarse en los mejores lugares a la mesa del zar. Está claro que —fuera de las celebraciones de las personas más humildes— en todas partes tiene lugar, aunque nadie lo note, un concurso de soberbias.

La modestia es una difícil forma de realizar el bien. El hombre que sufre al pensar que podría ser considerado inferior a los demás y busca la forma de estar arriba de todos, no es capaz de ningún esfuerzo constructivo ni espiritual. Esto también puede aplicarse a nosotros, los pastores de almas. La vanagloria es señal, no sólo de una moral atrofiada, sino también de una gran debilidad mental.

(Traducido de: Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 120-121)

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