¡Al orar, recuerda que te hallas en presencia de Dios!
Sea que ores solo, sea que lo hagas junto a otros, lucha para no orar por costumbre, sino sintiendo lo que dices. El mérito de la oración no está en la cantidad, sino en la calidad.
No ames el hablar mucho y la gloria de este mundo. De lo contrario, no a escondidas, sino frente a tus mismos ojos, los demonios de pondrán miles de trampas y se solazarán contigo cuando intentes orar, porque entonces les resultará fácil molestarte y perturbarte con pensamientos extraños.
Si quieres orar con pureza, no cedas antes las pretensiones del cuerpo; sólo así conseguirás que el firmamento de tu mente esté despejado cuando empieces tu oración.
No huyas de la pobreza y las aflicciones: ellas te ayudarán a que tu oración brote con facilidad.
¡Al orar, recuerda que te hallas en presencia de Dios! ¿O acaso te abruma la gloria de este mundo y tras ella corres, haciendo oraciones extensas y en gran cantidad? No ores como el fariseo, sino como el publicano, para que el Señor te atienda. El mérito de la oración no está en la cantidad, sino en la calidad. La palabra del Señor es clara al respecto: “Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que su palabrerío hará que se los oiga.” (Mateo 6, 7).
No ores tan sólo de acuerdo a las disposiciones exteriores; más bien, anima tu mente a sentir la obra de la oración en ti, con estremecimiento.
Sea que ores solo, sea que lo hagas junto a otros, lucha para no orar por costumbre, sino sintiendo lo que dices. “Sentir” la oración consiste en concentrar tu mente con total devoción, con fervor, con suspiros y con dolor en el alma, con todo eso que acompaña la confesión de nuestros pecados.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 405-406)