Alguien ora por ti: los ascetas que sostienen el mundo con sus plegarias
Mientras buscaba en dónde recostarse, vio que ante él se erguía una modesta casa, de la cual salieron dos ancianos con aspecto de ascetas...
Entre 1977 y 1978, el dikaios (término utilizado para nombrar al stárets de una ermita; algunas veces sirve también para referirse al ayudante del stárets de un monasterio) de la Ermita de Santa Ana, era el monje Cirilo. En septiembre de aquel año, vino a visitarle un cristiano ortodoxo libanés, refugiado en Grecia por causa de la guerra en su país.
Aquel hombre tenía un fuerte deseo de llegar a la cima más alta de Athos. Así, una mañana, guiado por las indicaciones que le dio el dikaios, partió a una larga y agotadora escalada. Entrada la noche, los monjes de la ermita le vieron volver. Al día siguiente, después de la Divina Liturgia, y expresándose rudimentariamente en griego, el peregrino habría de relatar lo siguiente:
En el sitio llamado Vavila, un poco más abajo de la cima del monte, justo en donde empieza un pronunciado declive, se detuvo para descansar un poco. Mientras buscaba en dónde recostarse, vio que ante él se erguía una modesta casa, de la cual salieron dos ancianos con aspecto de ascetas. Al ver al forastero, aquellos venerables monjes se le acercaron afectuosamente y le dieron unos higos frescos y fragantes, además de servirle un poco de agua fresca para que bebiera. El cansancio de nuestro hombre desapareció por completo.
Acercándose, vio que dentro de la casa estaban otros diez monjes muy ancianos, cada uno apoyado en un bastón (conocido también como “leño del holgazán”, que utilizan muchos ascetas para sostenerse mientras oran por horas enteras durante la noche) y orando con el auxilio de un komboskini. Con gran deferencia respondieron a todas las preguntas que el visitante les hizo, explicándole que vivían allí desde hacía mucho tiempo y que no hacían otra cosa que orar por el mundo entero. Todas estas cosas, y muchas más, le provocaron al peregrino un gran asombro y admiración. Además, le dijeron que todos tenían la misma edad.
Escuchando este relato, el dikaios y los demás monjes se admiraron enormemente, y glorificaron a Dios por los milagros que obra por medio de Sus santos.
(Traducido de: Arhimandritul Ioannikios, Patericul athonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000, pp. 35-36)