Algunas reflexiones sobre el sacerdocio y la familia
Sólo en una atmósfera de amor, inspirada por la fe en Cristo, se pueden aprender las virtudes, esas que ayudarán a nuestros hijos a ser una bendición para su comunidad.
El sacerdocio, un sacramento que santifica el mundo
“Ser sacerdote y servidor de Dios consiste en ser el guía y santificador de los hijos espirituales confiados a ti para su crecimiento, mediante el poder y la Gracia de Dios, y por el llamado y la honra que nadie podría otogarse a sí mismo, si no los ha recibido por parte de Dios, como dice el Santo Apóstol Pablo (Hebreos 5, 4).”[1]
“Para esto, ineludiblemente se pide que los sacerdotes sean ejemplares en su labor (…), lo que presupone contar con sacerdotes que aman a la Iglesia. Y cuando decimos “amar a la Iglesia”, nos referimos a las cualidades de un sacerdote que no ama solamente oficiar en el altar, sino también a sus fieles, a su país y al pueblo al que pertenece, así como a todo aquello que ennoblece la vida y el futuro de la humanidad entera. Si estudiamos con atención la Divina Liturgia que oficiamos —analizando el contenido de las oraciones que pronuncia el sacerdote en misterio—, observaremos que se trata de un tesoro inagotable de enseñanzas. Ahí enconramos todos los aspectos de nuestra vida humana, porque se refiere no sólo a la presencia real del Señor en la comunión de la Iglesia y en el Sacrificio Eucarístico, del cual el sacerdote y los fieles deben participar, sino también al servicio al mundo y a nuestros semejantes.”[2]
“Por eso, a nosotros, los ortodoxos, especialmente a los que servimos en el altar de nuestros antepasados, nos vuelve este elegido deber de meditar más profundamente sobre el sentido de cada palabra y cada línea de las oraciones de la Divina Liturgia, con las que oramos por nuestros hermanos, nuestro jerarca canónico y por los pueblos y ciudades de nuestra nación, por un clima favorable, por la abundancia de los frutos de la tierra, y por tiempos tranquilos, etc. Este es, entonces, el filón de doctrina ortodoxa que debe atravesar toda nuestra labor pastoral. ¿Cuántos de nuestros sacerdotes, al leer esas oraciones, no sienten su actualidad y no aprecian la permanente necesidad de oficiar la Divina Liturgia como algo de nuestros días?? Porque, de lo contrario, ¿cómo podríamos llamarla Divina Liturgia de nuestros días, y no del siglo IV o V? En verdad, por medio de la actualidad de estas oraciones, la Liturgia es también de nuestros días, así como el sacerdote es un servidor del mundo de hoy. Aunque se trata de una sola Divina Liturgia, he aquí que sigue siendo contemporánea tanto a los Santos Padres como a nosotros. Lo que nos queda es, pues, descubrir este tesoro de vida y pensamiento cristiano.”[3]
La familia, surgida del Sacramento del amor
“El Matrimonio cristiano, como Sacramento del amor, es un acto santo, de origen divino, en el cual —por medio del sacerdote— se participa la Gracia del Espíritu Santo a un joven y a una joven que se unen libremente en matrimonio, que santifica y eleva el vínculo natural de ese enlace a la dignidad de la representación de la unión espiritual entre Cristo y la Iglesia. El amor entre esposos genera, en el Sacramento del Matrimonio, incontables dones, de los cuales el más grande es la procreación de los hijos. Cuando se olvida esto, aparece el egoísmo exagerado, algunas veces fundamentado en el argumento de la pobreza material”. Esta justificación “determina a algunos de nuestros semejantes a no desear tener hijos. […] La verdad es que no es la pobreza o la falta de vivienda lo que lleva a la práctica del aborto, sino la ausencia de una convicción cristiana fuerte, en relación al propósito de la familia y de los hijos”[4].
“Con tristeza constatamos que aún hay padres que, por diferentes razones, no logran establecer la armonía en sus hogares, y determinan a sus hijos a abandonar la familia e irse a la calle. Algunas veces, a edades muy cortas, esos niños se ven expuestos a terribles peligros, llegando pronto a la perdición física y espiritual (…). En la familia cristiana, la unidad y la solidaridad moral y espiritual son siempre más fuertes cuando los padres les enseñan a sus hijos el sentido de la honradez y el afecto, porque sólo en una atmósfera de amor, inspirada por la fe en Cristo, se pueden aprender las virtudes, esas que les ayudarán a ser una bendición para su comunidad.”[5]
[1] Teoctist, Patriarhul Bisericii Ortodoxe Române, Sensurile permanente ale preoţiei în „Almanah Bisericesc”, Editura Sfintei Arhiepiscopii a Bucureştilor, Bucureşti, 1997, p. 10
[2] Teoctist, Patriarhul Bisericii Ortodoxe Române, Conştiinţa vie a slujirii preoţeşti, Editura Sfintei Arhiepiscopii a Bucureştilor, Bucureşti, 2005, p. 202
[3] Teoctist, Patriarhul Bisericii Ortodoxe Române, Sensurile permanente ale preoţiei în „Almanah Bisericesc”, Editura Arhiepiscopiei Bucureştilor, Bucureşti, 2007, p. 12
[4] Teoctist, Patriarhul Bisericii Ortodoxe Române, Pe treptele slujirii creştine, vol. IX, Editura Institutului Biblic şi de Misiune al Bisericii ortodoxe Române, Bucureşti, 1999, p. 269
[5] http://basilica.ro/pf-teoctist-in-cuvintul-sau-pastoral-de-craciun-a-sp…