Palabras de espiritualidad

Algunos apuntes en tiempos del Covid-19

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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Se necesita de mucho discernimiento, evitar el pánico y actuar con buen juicio. Hay dos extremos que debemos eludir: poner tus esperanzas únicamente en las decisiones humanas (medidas preventivas, tratamientos, etc.) o ignorarlas.

Tiempos difíciles, desafíos sin precedentes. Para algunos todo esto es como una suerte de ensayo general antes de los “tiempos finales”. Se necesita de mucho discernimiento, evitar el pánico y actuar con buen juicio. Hay dos extremos que debemos eludir: poner tus esperanzas únicamente en las decisiones humanas (medidas preventivas, tratamientos, etc.) o ignorarlas, basándote en el hecho de ser creyente, confiado en que nada podría sucederte. En el libro de Sirácides, al referirse al boticario, se nos subraya el importante rol del médico y el farmacéutico: “El Señor creó de la tierra los remedios, el hombre sensato no los desprecia (...) Él dio a los hombres la ciencia para que se gloríe en sus maravillas. Con ellas el médico cura y quita el dolor, con ellas el boticario hace sus mezclas” (38, 4 y 6-8). También en la Biblia encontramos referencias a la importancia de la higiene (como los lavados rituales). Si en nuestras iglesias respetamos ciertas normas que ayudan a prevenir la propagación de una epidemia, esto no significa esos lugares pierdan algo de su sacralidad. Desde luego, cuando pedimos librarnos de alguna enfermedad, debemos recordar que “el médico nos asiste, pero Dios es el que nos hace sanar”,Su curación no se debió a hierbas o a pomadas, sino a tu palabra, Señor, porque tú lo sanas todo” (Sabiduría 16, 12).

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Un lector nos reprendió vía Facebook. He aquí sus palabras: “No entiendo. Dicen que ya no hay mascarillas y las personas van a los hospitales a hacerse pruebas. Descreídos. ¿Por qué no se ungen con el aceite de la Santa Unción de los pies a la cabeza? Es el único remedio. ¡A diario! ¿¿¿Qué es eso de hospitales y mascarillas??? ¡Póstrense de rodillas! ¡Confiésense, pecadores!”. Yo le creo cuando dice que “no entiende”. No es la primera vez cuando alguien que está afuera de la Iglesia no entiende cómo una persona creyente puede buscar el auxilio de un médico y también el de Dios. En la mente de los que no creen o es esto, o lo otro. El creyente piensa y vive de una forma que integra, se preocupa del “Adán entero” (como diría el padre Sofronio Sajarov). El incrédulo separa y excluye. A este no hace falta hablarle de la dignidad del hombre creado por Dios con cuerpo y alma, sobre la teandría, ni sobre la relación entre las energías no-creadas y las energías creadas, etc. Pero le puedo relatar algo que, aunque ocurrió hace ya varios cientos de años, su sentido sigue siendo vigente. Un asceta llega, en un momento dado, a una ciudad. Cae enfermo y, luego de un tiempo, recurre a un médico, quien le ayuda a sanar. En una de sus oraciones posteriores, el monje se muestra confundido: “Señor, cuando estaba en lo solitario y me enfermaba, Tú atendías mis oraciones y me sanabas. ¿Por qué no lo hiciste esta vez?”, a lo cual Dios le respondió: “Cuando estabas en lo solitario, no tenías a quién acudir. Ahora estás en la ciudad y tienes a tu alcance médicos para que te ayuden. Hazte humilde y acude a ellos, porque Yo seré quien obre por medio suyo tu sanación”. ¡El que tenga oídos, que oiga!

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No puedo dejar de insistir en las conexiones que se hacen entre ciertas consignas intensamente mediatizadas en la última década, y la situación actual. Algunos creen que la divinidad permite ahora que se cumplan dos “deseos” expresados en momentos reveladores y decisivos para la salud espiritual de este pueblo: “queremos hospitales, no catedrales” y #mequedoencasa. Ciertamente, vale la pena ver qué lecciones espirituales obtenemos de esta situación que nos afecta a todos por igual, creyentes y no creyentes. Pero, hablar de lo que hace Dios y cómo lo hace, o de cómo piensa Él, no es una muestra de fe, sino de soberbia. “Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos, dice el Señor (Isaías 55, 8). Para mí, personalmente, este es un tiempo para arrepentirnos, en ningún caso para señalar a los otros y exclamar: “¡Se los dije!”. Sería muy útil si cada uno se examinara para encontrar en qué ha fallado, cómo ha herido el amor de Dios y cuánto ha cumplicdo con Su mandamiento del amor al prójimo.