A lo largo de la vida entera, el camino es largo y difícil, lleno de sacrificio y dolor, tanto para el monje como para el laico. Puede que los senderos sean diferentes, pero el objetivo es el mismo. Es imposible partir la vida en dos esferas: una terrenal y una espiritual. “En este mundo existen la vida monacal y la vida de familia. Ambas han sido bendecidas por Dios. Sin embargo, una vez elegido un camino, no debemos tratar de entrometernos en el otro u oscilar entre el mundo y el monasterio.”

No en vano dice la sabiduría popular: “Antes de cortar algo, debes medirlo hasta siete veces”. Y es esto precisamente lo que ya no hacemos. No sabemos ajustar y medir, porque de una vez cortamos y seccionamos... y esto algunas veces duele. No conozco confesores que, obviando las decisiones de Dios, sostengan que, hasta los últimos días, los hombres seguirán casándose, procreando y educando hijos, alcanzando la salvación solamente con esto.

Pero que cada uno se realice en el camino de su propia vida, con lo que tenga: a algunos Dios los bendice con esto, a otros con aquello. Yo ya estoy viejo y sé que, en mi juventud, cuando comenzaba a desmoronarse todo lo que estaba establecido desde la antigüedad, los que tenían muchos dones no se atrevían afirmar que el fin del mundo había llegado.

Actualmente hay muchos osados, pero tú lo que debes hacer es vivir para poder salvarte. La misericordia de Dios sigue siendo la misma, sólo que nosotros nos hemos ido debilitando, de tal forma que cualquier golpe fuerte de la vida nos demuestra otra vez nuestra propia fragilidad, haciéndonos volver a Dios.

(Traducido de: Arhimandritul Ioan Krestiankin, Povăţuiri pe drumul crucii, Editura de Suflet, Bucureşti, 2013, pp. 20-21)