Palabras de espiritualidad

Amando, amamos a Dios

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Sólo aquel que ha conocido al Dios de la Unidad Trinitaria puede amar con un amor verdadero.

Mi vida espiritual y mi vida en el Espíritu, mi “semejanza con Dios”, que se realiza en mí, son la belleza, esa belleza de la criatura primordial, de la cual se dijo: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1, 31).

“Y en esto sabemos que le hemos conocido”

Amar al Dios que no se ve significa abrir —de forma pasiva— tu corazón ante Él y esperar Su revelación —activa—, de manera que la energía del amor divino descienda a tu corazón. “La causa del amor de Dios, es Dios Mismo”, dice Bernard de Clairvaux. Al contrario, amar a una criatura visible significa permitir que la energía divina recibida se manifieste, por medio de aquel que la ha recibido, afuera y alrededor de quien la ha recibido, del mismo modo en que en ella actúa la misma Divinidad Trina; significa, además, permitirle transmitir esa energía a otro hermano. El amor fraterno es absolutamente imposible para el simple esfuerzo del hombre, porque ese la obra de los poderes divinos. Amando, amamos por Dios y en Dios.

Sólo aquel que ha conocido al Dios de la Unidad Trinitaria puede amar con un amor verdadero. Si no hemos conocido a Dios, si no hemos participado de Su ser, es que no amamos. Y, a la inversa: si amamos, es que nos hemos unido a Dios y lo conocemos. Pero, si no amamos, no nos hemos unido a Él y no lo conocemos. Aquí hay una relación de dependencia directa entre el conocimiento y el amor a la criatura. Su fuente común es siempre mi presencia en Dios y Su presencia en mí.

En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos Sus mandamientos. Quien dice: Yo le conozco y no guarda Sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe vivir como vivió Él.” (I Juan 2, 3-6). Pero, de momento, ese trabajo en conjunto entre Dios y el hombre es la postura de una fe libre y no un acto de experiencia coercitiva. (…)

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte.Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él.” (I Juan 3, 14-15). Pero lo mencionado no tiene un sentido tautológico; “no tener vida eterna” no es otra forma de denominar a “aquel que odia” y a “aquel que no ama”; el sentido de esto es el de una relación metafísica entre esos dos estados. “Aquel que no tiene vida eterna”, es decir, quien no ha entrado en la vida de la Trinidad, no puede ni siquiera amar. Porque el amor al prójimo es una forma de manifestación, una emanación del poder divino que irradia el que ama a Dios. La interpretación común, moralizadora, hace la palabra del hombre superficial e insípida, debilitando el vínculo metafísico entre estos dos actos: el del conocimiento y el del amor.

El amor recíproco es el único que puede ser condición de la unidad

Debo remarcar rápidamente que, en general, mientras nuestra representación de las ideas religiosas es más masiva, más arcaica y más tosca, desde una persepctiva metafísica, más profundamente aparece el simbolismo de sus expresiones y, en consecuencia, más nos acercamos a la comprensión de la experiencia religiosa. Nuestra Liturgia entera se caracteriza por tal concentración y densidad de las ideas religiosas, siendo, en comparación con el protestantismo y las sectas, como el vino negro y el vino mezclado con un sirope caliente. Es suficiente con recordar las partes previas al Símbolo de la Fe, en la Liturgia de los fieles:

El diácono dice: “Amémonos los unos a los otros, para profesar unánimes nuestra fe”. ¿Qué debemos profesar? A esta pregunta responden los que cantan, es decir, los fieles por medio de sus representantes, retomando y replicando al llamado del diácono: “En el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, Trinidad consustancial e indivisible”. Entonces, el sacerdote se postra tres veces y dice: “Te amaré, Señor, fuerza mía. El Señor es mi firmeza, mi refugio y mi liberador”. Si hay más sacerdotes oficiando, también ellos se expresan el amor fraterno por medio de un beso, y se dicen recíprocamente: “Cristo está entre nosotros”. Después de que, como un todo, la Iglesia se ha reunido en el amor, es necesario aislar ese amor de todo lo exterior, de todo lo que no participa de él, de todo lo que es ajeno a la Iglesia, es decir, el mundo. Por eso, el diácono dice: “¡Las puertas, las puertas! Con sabiduría. ¡Estemos atentos!”; es decir: “¡Cerrad las puertas, para que ningún extraño entre! ¡Aquí todos estaremos atentos a la sabiduría!”. En este punto, cuando se está preparando todo lo necesario para dar testimonio de la Trinidad, lo que sigue es la “sabiduría” misma: el pueblo, es decir, el mismo cuerpo de la Iglesia, pronuncia el Símbolo de la Fe. Tanto histórica como metafísicamente, esto no es sino una expresión desarrollada, una amplificación explicativa, una descomposición de la fórmula del Bautismo: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Repitiendo esta fórmula, pensamos exactamente lo que está contenido en el Símbolo de la Fe. ¿Pero, qué es la fórmula del Bautismo? En esencia, la expresión del dogma de la indivisible Santísima Trinidad. Así, todo lo que precede al Credo demuestra ser una preparación para estar atentos al pronunciar la palabra “consustancialidad”. La “consustancialidad” es la “sabiduría”..

La idea de semejante orden en la Liturgia es clara: el amor recíproco es el único que puede ser y es la condición de la unanimidad, de la unidad de pensamiento entre quienes se aman recíprocamente, en oposición a las relaciones exteriores entre las personas, que no ofrecen sino una semejanza de pensamiento, en la cual se fundamenta la vida del mundo, la ciencia, la sociedad, el estado, etc. Y la unanimidad provee la base en la cual es posible el testimonio común, es decir, la comprensión y el reconocimiento del dogma de la consustancialidad; por medio de esta unanimidad alcanzamos el misterio de Divinidad Trinitaria.

La misma idea de la relación indisoluble entre la unidad interna de los fieles y el conocimiento (también de la exaltación de Dios, Quien es “Trinidad en la unidad”) estácontenida también en la letania del sacerdote: “Y concédenos glorificar y cantar, con una sola voz y un solo corazón, tu magnífico y venerabilísimo Nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”.

(Traducido de: Pavel Florenski, Stâlpul și Temelia Adevărului, ed. Polirom, 1999, p. 61)