¿Amar a Dios o amar las cosas del mundo?
“Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y en la trampa de deseos insensatos y perniciosos, mismos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males”.
¿Para quién guardas cosas, pensando en el día de mañana? ¿Cómo sabes si tu hijo no morirá antes que tú? “Los retoños impuros no echan raíces profundas”. ¿Cómo podría responder alguien así ante el poder de Dios? Aún tratándose de alguien “poderoso”, ¿cómo podrá librarse a sí mismo del fuego eterno? Escucha nuevamente al Apóstol, quien, como un padre, dicta la ley para los que viven en la iniquidad, al decir: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y en la trampa de deseos insensatos y perniciosos, mismos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males”. También tú, hombre, apártate de la injusticia que viene del injusto demonio.
Porque la codicia ensombrece lo que era bueno y es ajena a las bondades de Dios, ya que lleva a matar y vuelve salvaje al alma vencida por la necedad; además, siembra intranquilidad y soberbia, lleva al egoísmo, al enriquecimiento ilícito y a la vanagloria, y llena de impuestos a los pretores. Asimismo, es fuente de malos pensamientos para la conciencia que vela. ¿Por qué tendría que ponerme a juntar tesoros para mis hijos? ¿Por qué habría de vanagloriarme, confiado en la gran cantidad de mis riquezas? (Si dejo que la codicia me domine), edificaré palacios, compraré terrenos, mandaré sobre pueblos enteros por medio de mis sirvientes. Usurparé la tierra de otros para aprovecharme de sus frutos, someteré con dureza a mis obreros y entregaré mi alma a los placeres, porque esta vida es breve y triste, y no hay remedio para la muerte. Y no se sabe de alguien que haya vuelto del infierno.
Además, buscaré una mujer rica para mi hijo, para conservar mi riqueza y regocijarme con sus frutos, y también con la comida y la bebida, con las auténticas bondades (del mundo). Y le heredaré los medios para que también él disfrute de estos placeres. Y yo, en la flor de mi juventud, aprovechando con perseverancia esos tesoros, saciando mis apetitos con vinos caros y perfumes, me haré una corona de rosas, antes de que se marchiten, porque esa es mi parte, esa es mi herencia. Someteré a los pobres, no me apiadaré de la viuda, no me avergonzaré de las miserias del anciano y mi poder será, para mí, la ley de la justicia, porque se ha demostrado que la debilidad es inútil.
(Traducido de: Sfântul Simeon Stâlpnicul din Muntele Minunat, Cuvinte ascetice, Editura Doxologia, Iași, 2013, p. 83)