Palabras de espiritualidad

Amar significa morir

  • Foto: Benedict Both

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Translation and adaptation:

El amor que dirigimos hacia Dios y Él hacia nosotros transforma radicalmente hasta nuestra psique y nuestra forma de pensar. Cualquier enemistad entre hermanos nos parece como una terrible locura.

Dios no vulnera nuestra libertad ni se inmiscuye en nuestro corazón, si no estamos dispuestos a abrirle la puerta: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Apocalipsis 3, 20). Y mientras más ampliamente le abramos, más rica será la Luz no-creada que llenará nuestro mundo interior.

El amor que dirigimos hacia Dios y Él hacia nosotros transforma radicalmente hasta nuestra psique y nuestra forma de pensar. Cualquier enemistad entre hermanos nos parece como una terrible locura. Todos tenemos un enemigo único: nuestra propia muerte. Si el hombre fuera mortal, si los hombres no resucitaran, entonces la entera historia de la humanidad no sería sino un sufrimiento absurdo de lo creado. Aquí, el amor mismo se entrelaza con la muerte: amar significa morir. Y nuestro espíritu sufre en pasar a esa esfera luminosa, en donde no hay más obstáculos para el amor que no se sacia. Y en donde existe esa avidez, hay también un dinamismo renovado de la vida, una “abundancia de vida”, debida a Cristo (Juan 10, 10).

Los caminos a la oración vasta se hallan estrechamente vinculados al arrepentimiento profundo por nuestros pecados. Cuando la amargura de esta copa sobrepasa la medida de nuestra capacidad de soportar, debido al dolor perenne y a la repulsión por uno mismo, de forma completamente inesperada, por medio de la aparición del amor Divino, todo se transforma en un instante y el mundo queda atrás. Este acontecimiento es llamado “éxtasis” o “frenesí”. A mí no me gusta esta palabra, porque está relacionada con muchas falsedades. Pero, si cambiáramos el nombre de este don Divino, y le llamáramos el “resultado del alma que se arrepiente ante Dios”, personalmente tendría que reconocer que jamás me ha pasado por la mente cultivarlo con normalidad, para alcanzar semejante estado.

La oración siempre ha venido inesperadamente y cada vez de una forma distinta. Recuerdo esto (y esto lo sé bien), que, en mi gran dolor de haberme alejado de Dios, Quien de forma evidente se acercaba a mi alma, sufrí mucho por culpa de mi caída. Y si hubiera tenido las suficientes fuerzas físicas, mi llanto no se habría detenido jamás.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Despre rugăciune, Editura Pelerinul, p. 65-66)