Amar y ser amados en Dios
No somos perfectos en el amor, y sería una locura pensar que lo somos, que tenemos amor, que amamos a Dios de la forma debida y que amamos a nuestro semejante; ni siquiera hace falta que creamos nada de esto.
Cada uno de nosotros, en una medida u otra, ha sentido en su corazón el amor de Dios, porque nadie, absolutamente nadie permanecería en la Iglesia si, además de las tentaciones, las dudas, las debilidades y la agitación interior que experimenta cada quien que se acerca a Cristo, no sintiera en su corazón ese amor. Nadie ayunaría, nadie se abstendría, nadie se levantaría temprano por la mañana en vez de quedarse a descansar, en vez de comer bien, en vez de encender el televisor; nadie saldría de su casa al amanecer para atravesar la ciudad o la colina —como lo hacen nuestros campesinos—, con tal de asistir a la iglesia y permanecer allí de pie durante horas enteras, si no sintiera de forma mística el amor de Dios viniendo sobre él/ella.
Sí, no somos perfectos en el amor, y sería una locura pensar que lo somos, que tenemos amor, que amamos a Dios de la forma debida y que amamos a nuestro semejante; ni siquiera hace falta que creamos nada de esto. Pero nosotros buscamos el amor. Queremos que los demás nos amen, sí, pero también nosotros queremos, verdaderamente, amar.
(Traducido de: Ieromonah Savatie Baștovoi, A iubi înseamnă a ierta, Ed. Cathisma, București, 2006, p. 20)