¿Amistarme... con la muerte?
Quienes luchan con amor y abnegación, manteniendo la muerte ante sus ojos y recordándola diariamente, se preparan más espiritualmente, luchan con más valentía y vencen fácilmente la vanidad.
Padre, acaba de venir el diagnóstico final. El tumor que usted tiene es un cáncer, uno atroz.
-—Tráeme un pañuelo, para que pueda bailar aquello de “¡Hasta nunca, triste mundo!”. Nunca antes he bailado, pero hoy, de la felicidad de saber que se acerca la muerte, quiero ponerme a bailar.
Padre, el médico dice que primero vendrá el tratamiento con radiación, para disminuir el tumor, y después tendrá que operarle.
—¡Entendido! ¡Primero vendrá la aviación a bombardear, y después pasará a la ofensiva! ¡Entonces me iré allá arriba, y les traeré noticias!
Algunas personas, a pesar de ser muy ancianas, al escuchar que el médico les dice: “Se acerca el final” o “Tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de sobrevivir”, se acongojan. Quieren seguir viviendo. Pero ¿qué podrían ganar si siguen viviendo en este mundo? No sé. Si se trata de un individuo joven, se entiende, pero que un anciano haga todo lo posible por seguir viviendo... eso no lo puedo entender. Otra cosa es seguir una terapia para poder hacer frente al dolor; no para prolongar la vida, sino para hacer más soportables los sufrimientos y poder cuidarse hasta morir. Eso sí tiene algo de sentido.
Padre, le pedimos a Dios que le conceda más años de vida.
—¿Para qué? ¿Acaso no dice el Salmo que setenta son los años de nuestra vida?
Bueno, pero el mismo salmista agrega “si hay fuerzas, ochenta años”...
—Sí, pero también dice que esos años “en su mayor parte no son más que trabajos y miseria”[1]. Por eso, ¿no es mejor el descanso en la otra vida?
Pero también puede ocurrir, padre, que alguien, por su humildad, no se sienta preparado espiritualmente para la vida eterna y quiera vivir un poco más, con tal de prepararse...
—Eso estaría bien, pero ¿quién sabe si, viviendo más, en vez de avanzar se vuelve aún peor?
Padre, ¿cómo puede una persona amistarse con la muerte?
—¿Cuándo? Si en su interior vive Cristo, entonces la muerte será una felicidad para ella. Sin embargo, no debe alegrarse por morir, habiéndose hastiado ya de esta vida. Cuando te alegras ante la posibilidad de morir, en el sentido virtuoso de la expresión, la muerte huye y se va a buscar a algún miedoso. ¡Cuando quieres morir, no mueres!
Quien viva en opulencia seguramente le temerá a la muerte, porque estará contento con la vida terrenal que lleva y no querrá morir. Si alguien le hablara de la muerte, responderá: “¡Vete de aquí!”. En tanto que otro que vive en la pobreza, con gran sufrimiento, verá la muerte como una liberación, diciendo. “¡Si tan sólo la muerte viniera y me llevara...! ¿Es que hay algo que se lo impida?”.
Pocos son los que quieren morir. La mayoría tienen algo por terminar y no quieren morirse. Nuestro Buen Dios dispone que cada uno muera cuando lo considera “maduro”. El hombre espiritual, sea joven o viejo, debe alegrarse siempre porque vive, y alegrarse también porque habrá de morir, pero no buscar a toda costa la muerte, porque eso se llama suicidio.
Para aquel que está muerto para el mundo y resucitado para el Espíritu, no existe la ansiedad, el temor, la agonía. Tal hombre espera la muerte con gozo, porque sabe que irá al lado de Cristo y se regocijará en Él. Pero también se alegra porque vive, porque vive con Cristo y es capaz de experimentar una parte de la alegría del Paraíso ya desde este mundo; por eso, se pregunta si hay una alegría más grande en los Cielos que la que siente aquí en la tierra.
Quienes luchan con amor y abnegación, manteniendo la muerte ante sus ojos y recordándola diariamente, se preparan más espiritualmente, luchan con más valentía y vencen fácilmente la vanidad.
[1] Salmos 89, 10.