Aprendamos del equilibrio espiritual del Apóstol Pablo
Estos consejos, tan buenos para el alma, son un medicamento prodigioso contra el estrés.
De la vida del Santo Apóstol Pablo sabemos cuántas adversidades tuvo que enfrentar. “Cada día muero”, decía de sí mismo (I Corintios 15, 31). Golpes, naufragios, ataques de malhechores, injurias, difamaciones, envidia, frío, hambre, sed… Hay una lista entera de todos los pesares que sufrió el Apóstol (II Corintios 11, 23-32). Y, con todo, Dios lo seguía consolando, a medida que crecían sus sufrimientos (II Corintios 1, 4-5). En el Apóstol Pablo se cumplieron las palabras del salmista: “Cuando me embargan mil preocupaciones, Tú me llenas de serenidad y de consuelo” (Salmos 93, 19).
“Vivid en paz entre vosotros.... sed pacientes con todos… Procurad que nadie vuelva a otro mal por mal; tened siempre por meta el bien, tanto entre vosotros como para los demás. Estad siempre alegres. Orad sin cesar. Dad gracias en toda coyuntura, porque esto es lo que Dios quiere de todos vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinadlo todo, y quedaos con lo bueno. Evitad toda clase de mal” (I Tesalonicenses 5, 13-22). Estos consejos, tan buenos para el alma, son un medicamento prodigioso contra el estrés.
Y si reaccionamos ante los pesares de esta vida, no de la forma debida, como nos lo aconseja el Apóstol, sino lejos de la humildad y la oración, nosotros mismos estaremos preparando el terreno para que surja el estrés en nuestro interior. Desde luego, la humildad no es lo mismo que la pasividad, la rendición. Al contrario, implica una actividad interior, arrepentimiento, comprensión de la situación, apreciar los valores y volver a Dios, implorando Su auxilio. Sin esto, será muy difícil que podamos resistir y con gran facilidad perderemos el equilibrio espiritual.
(Traducido de: Konstantin V. Zorin, Păcatele părinţilor şi bolile copiilor, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2007, p. 98)