Aprendiendo a poner límites
El otro tiene “derecho” a comportarse como le apetezca, y yo acepto esa realidad, ¡pero no acepto que haga lo que quiera conmigo!
Hay una aceptación mala, que es cuando aceptas que alguien haga contigo lo que quiera, como dañarte y herirte, con tu consentimiento. Esto es un pecado, es hacerte cómplice del pecado del otro. En este punto, es importante analizar por qué uno termina haciendo algo así. ¿Porque le agrada, por temor o por simple dejadez?
Pero también hay una aceptación buena, que consiste en aceptar al otro como persona. Lo acepto tal cual es, acepto cómo se comporta y cómo actúa, por las razones que solamente él conoce. Tiene “derecho” a comportarse como le apetezca, y yo acepto esa realidad, ¡pero no acepto que haga lo que quiera conmigo!
Entonces, acepto que me haya hecho sufrir y que ahora debo hacer frente a las consecuencias de ese dolor. Acepto la realidad y el hecho de que no puedo cambiar nada del pasado. Solamente me puedo librar de dicho dolor, aceptándolo y viviéndolo por completo, sin buscar la forma de vengarme o de cambiarlo a él. Sin ninguna expectativa sobre su persona, que sería igual a pretender algo de su parte. Me voy a liberar perdonando. Pero, al mismo tiempo, haré todo lo que pueda e incluso lo que no pueda, con la ayuda de Dios, para que esa persona deje de causarme el mismo sufrimiento, incluso si esto implica romper mi relación con ella.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Uimiri, rostiri, pecetluiri, Editura Doxologia, 2012, pp. 89-90)