Ser pacientes ante los intentos del maligno de llevarnos a la perdición
El bien y el mal son contrarios recíprocamente: jamás podrían estar juntos, tal como no lo están la luz y la oscuridad.
El afán del maligno de “marcar a todos” con su número no es difícil de entender. El bien y el mal son contrarios recíprocamente: jamás podrían estar juntos, tal como no lo están la luz y la oscuridad. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, dice el Señor (Mateo 6, 24). Tal como Dios, Quien es el Bien supremo y fuente de todo bien, pide a Sus discípulos que lo amen con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (Mateo 22, 37); también el demonio, quien es la encarnación de la maldad, no puede pedirles a los hombres otra cosa que el mal. Al final de los tiempos, cuando el maligno tenga un gran poder sombre los hombres y luche contra los santos, no atacará a los hombres solamente con la mentira y el ardid, sino que también utilizará la coerción y el sometimiento, obligando a los hombres a pecar, aunque estos no quieran.
Aquellos que padecieron en las prisiones del régimen ateo (comunista), dan testimonio de haber sido obligados a burlarse y mancillar los Santos Íconos y los oficios litúrgicos de la Iglesia; además, fueron forzados a proferir blasfemias y a renegar de Dios, tanto con sus palabras como con sus actos, con la clara intención de llevarlos a cometer pecados gravísimos, para que sus almas se perdieran. Pero estas formas de coacción diabólica se convirtieron en sufrimientos martíricos, en causa de coronación y no de perdición espiritual, para quienes supieron soportarlos sin postrarse ante la bestia.
(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, p. 141)