Arrepentirnos y anhelar volver a Dios es algo que requiere acción y determinación
La mayoría de nosotros solemos decir: “¡Señor, ayúdame! ¡Dame paciencia, dame pureza, dame un corazón sin mancha, dame integridad de palabra!”.
La contrición es un punto de inflexión en la vida, un vuelco radical en los pensamientos y una transformación en el corazón, que nos hace volver el rostro hacia Dios, llenos de esperanza y alegría, confiados en que, aunque no merecemos la piedad de Dios, Cristo vino al mundo no para juzgarnos, sino para salvarnos, no para los justos, sino para los pecadores. No obstante, volver a Dios con esperanza e invocar Su auxilio no representa todo, porque muchas cosas en nuestra vida dependen de nosotros mismos. La mayoría de nosotros solemos decir: “¡Señor, ayúdame! ¡Dame paciencia, dame pureza, dame un corazón sin mancha, dame integridad de palabra!”. Pero cuando surge la posibilidad de actuar según nuestra propia oración, según el mandato de nuestro corazón, no nos alcanza el valor para realizar con actos lo que pedimos de Dios. En consecuencia, nuestra contrición y el impulso de nuestra alma se quedan estériles.
(Traducido de: Antonie de Suroj, Bucuria Pocăinței, Editura Marineasa , p. 39)