Asumir nuestro deber
Nosotros recibimos el mandamiento de tomar nuestra cruz y ser pacientes, pero todos quisiéramos librarnos de la cruz que Dios nos dio y tomar otra, una que sea más agradable…
«Con la boca parece que le agradeces a Dios por todo, pero con tus hechos quisieras cercenar el dolor con una facilidad extraordinaria y apartarlo definitivamente de ti… Pero, de hecho, lo que estarías cercenando son las promesas que le has hecho a Dios.
Sí, tu esposo está enfermo, pero mañana tú podrías caer enferma. Y, entonces, ¡adiós a todas las promesas! Lo mismo es válido para tu hija. En la celebración del Sacramento del Matrimonio, hombre y mujer beben de la misma copa vino mezclado con agua, que deben consumir hasta la última gota. El vino simboliza las alegrías de la vida en común, y el agua, que se pone en mayor cantidad, los dolores y las enfermedades que deben soportarse también en común. Pero nosotros, a pesar de haber bebido de esa copa, no queremos demostrar con nuestra vida la promesa que le hicimos a Dios.
Si luchas por el alma de tu hija, debes hacerlo también por la de tu esposo. Sobre todo, sabiendo que también él ora, aunque de momento el enemigo se muestre muy fuerte.
Así están las cosas, querida hija A. Nosotros recibimos el mandamiento de tomar nuestra cruz y ser pacientes, pero todos quisiéramos librarnos de la cruz que Dios nos dio y tomar otra, una que sea más agradable, y por ella es que morimos. ¡Que Dios te conceda la sabiduría que necesitas!».
(Traducido de: Arhimandritul Ioan Krestiankin, Povăţuiri pe drumul Crucii, Editura de Suflet, Bucureşti, 2013, pp. 181-182)