¿Aún es posible imitar la forma de vida de los Santos Padres de antaño?
Sumisos y callados, con discernimiento, sinceros, simples, humildes, afables, amorosos. Así eran los Santos Padres. Sus palabras eran la sal de la tierra y todo el mundo tenía claro que su vida era santa y estaba llena del Espíritu Santo.
Un día, le pedí a un octogenario asceta que me contara algo de los padres de la antigüedad. Entonces, él respondió así:
—¿Qué puedo decirte? Los padres de antes eran diferentes. Su gran virtud era la devoción con que vivían la fe.
¿Qué era lo que los hacía ser devotos?
No eran ni insolentes ni muy expansivos, sino humildes y respetuosos. No eran hipócritas ni falsos al hablar, al caminar, al estar y al presentarse ante los demás. Todo su comportamiento era ejemplar, indiferentemente de si estaban solos o rodeados de muchos, en la iglesia, al cantar o celebrar la Liturgia, o cuando estaban ocupados en sus labores de obediencia monacal. No hablaban mucho ni se reían ruidosamente. No se burlaban de nadie y preferían pasar inadvertidos. Sumisos y callados, con discernimiento, sinceros, simples, humildes, afables, amorosos. Sus palabras eran la sal de la tierra y todo el mundo tenía claro que su vida era santa y estaba llena del Espíritu Santo. Además, evitaban la familiaridad, que es el principio de la impertinencia. Habían descubierto la forma de ser bendecidos, equilibrados y ordenados.
(Traducido de: Arhimandritul Ioannikios, Patericul atonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000, p. 188)