Aunque nos cueste, tenemos que caminar a la contrición verdadera
Pensemos en lo estrecha que es la puerta de la contrición, porque no hemos aprendido a decir: “¡Soy una mala persona!”, sino: “¡Mi mamá es la mala por haberme traído al mundo!”, “¡Mi papá es el malo por no haberme deseado como hijo!”, “¡El partido es quien me hizo así, no soy yo!”. ¡Es una puerta estrecha, sí, pero no hay otra entrada! ¡Tengamos valor!.
La contrición es el descubrimiento y la aceptación de nuestra vulnerabilidad, nuestra miseria y nuestra impotencia, bajo la luz de la misericordia divina. Sí, somos miserables, somos tercos, somos, ante todo, malos, es decir que estamos enfermos, pero Dios viene a devolvernos la salud. Pensemos en lo estrecha que es la puerta de la contrición, porque no hemos aprendido a decir: “¡Soy una mala persona!”, sino: “¡Mi mamá es la mala por haberme traído al mundo!”, “¡Mi papá es el malo por no haberme deseado como hijo!”, “¡El partido es quien me hizo así, no soy yo!”. ¡Es una puerta estrecha, sí, pero no hay otra entrada! ¡Tengamos valor! Si acepto, sin acusar a nadie más, que estoy enfermo y que solamente Dios me puede sanar, habré dado ya el primer paso hacia la contrición.
El segundo paso empieza con la renuncia al pesimismo psicológico de la indignidad, como decía bellamente un pensador. ¡Y vaya si no es un trabajo duro esa renuncia! Pensemos en cuánta comodidad psicológica, por ejemplo, nos ofrece el pensamiento de que no somos dignos… “Yo no soy digno de comulgar”. Por eso, ni hago un canon de penitencia, ni ayuno, ni me arrepiento… nada. Y quisiera preguntarle a quien piensa así: “¿Eres indigno o simplemente un holgazán?”. Estemos atentos, porque ese pesimismo psicológico que nos genera la conciencia de la indignidad es un pecado con muchas facetas. Primero se muestra como humildad, después como contrición. Y después te aparta de Dios, Quien vino a nosotros a hacernos dignos.
Así pues, después de reconocer que no soy digno, tengo que entregarme a la piedad de Dios. “¡Señor, ten piedad de mí! ¡Señor, sáname! ¡Señor, sana mi alma, porque he pecado contra Ti!”. Este es el tercer paso de la contrición. Es justamente su centro.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Doamne, unde-i rana?, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 152-153)