Palabras de espiritualidad

Ayudemos a los jóvenes a encontrar el camino correcto

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Los padres, los confesores y los maestros deben ayudar a los jóvenes a elegir el camino de vida que habrán de seguir y a atender su verdadera vocación, sin influir en ellos o sofocar ese llamado.

No hay que poner a los jóvenes en la misma línea, bajo una férrea disciplina militar. Hay que dejarlos que se sientan libres en el espacio espiritual de la libertad de Dios. De nada les sirve ponerlos a investigar qué forma de vida sigue o seguirá tal o cual persona. En este aspecto, que no sean influenciados por nadie.

Los padres, los confesores y los maestros deben ayudar a los jóvenes a elegir el camino de vida que habrán de seguir y a atender su verdadera vocación, sin influir en ellos o sofocar ese llamado. La decisión a tomar debe pertenecerles sólo a ellos. Todos los demás pueden dar solamente su opinión, porque su único derecho es el de ayudar a las jóvenes almas a encontrar la senda adecuada.

Algunas veces, cuando hablo con jóvenes que tienen dudas en este aspecto, aunque pueda ver hacia dónde se inclina la balanza, no les digo nada, para no influenciarlos. Lo que intento hacer es solamente ayudarlos —en la medida de mis posibilidades— a encontrar el camino correcto y la paz interior, separando lo perjudicial de lo beneficioso, para dejar sólo lo que es bueno y santo, de forma que logren vivir esta vida felices, con Dios, y en la siguiente sean aún más felices. Me alegraré con sinceridad por el camino que elija cualquier joven conocido mío, y mantendré siempre el mismo interés por la salvación de su alma... lo único que me importa es que permanezca al lado de Cristo, en el seno de la Iglesia. Y siempre lo consideraré mi propio hermano, porque es hijo de nuestra madre, la Iglesia.

Desde luego, me alegro especialmente por los jóvenes que eligen el camino monacal, porque es realmente juicioso quien escoge esta forma de vida angelical, librándose del “anzuelo” del maligno, que tiene como carnada al mundo y sus cosas. Sin embargo, no puedo medirlos a todos bajo el mismo patrón.

Cristo no dejó el monacato como un mandamiento, a pesar de ser el camino a la perfección, precisamente porque no quiso asignarnos una carga tan pesada. Por eso, cuando el joven rico le preguntó qué hacer para salvarse, Él le respondió: “Guarda los mandamientos”. Mas cuando el joven le dijo que así lo hacía y le preguntó: “¿Qué más debo hacer, Maestro?”, Cristo le dijo: “Una cosa falta. Si quieres ser perfecto, anda y vende todo lo que tengas... luego ven y sígueme”. Vemos, entonces, que cuando Cristo encontraba a alguien con suficiente grandeza de alma, le hablaba sobre la perfección; aún así, nunca le impuso nada a nadie. Tampoco dijo nada sobre el monaquismo, porque si lo hubiera hecho, habría encendido un fuego y muchos correrían a hacerse monjes sin apenas pensárselo, provocándose un daño terrible. Al contrario, Él sólo arrojo una chispa, y cuando llegó el momento oportuno, el monaquismo tomó forma.

Por eso es que tampoco nosotros tenemos derecho a forzar a los demás —si así lo desean, ya se forzarán ellos solos—, sino solamente a nosotros mismos, y siempre con discernimiento. A día de hoy no he conminado a ningún joven a que se case o se haga monje. Cuando me piden consejo, les digo: “Elige lo que te descanse espiritualmente... lo importante es que permanezcas con Cristo”. Y si me dicen que no sienten descanso en el mundo, sólo entonces les hablo del monaquismo, para ayudarlos a encontrar su camino.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 21-23)