“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”
El mundo considera dichosos a los que se alegran, mientras que a los que se lamentan, a los pobres y a quienes lloran, los tilda de infelices.
“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”. ¡Qué difícil nos resulta a nosotros, tan frívolos y terrenales, entender estas palabras! Según San Juan Crisóstomo, contradicen el criterio del mundo entero, que considera dichosos a los que se alegran, mientras que a los que se lamentan, a los pobres y a quienes lloran, los tilda de infelices. Sin embargo, el Señor llama felices a estos últimos, diciendo, “Bienaventurados los que lloran”, aunque todos los crean desgraciados.
Podemos llorar por muchísimos motivos. Pero aquí se llama “bienaventurados” no a los que lloran por cuestiones terrenales, porque también la maldad llora al verse impotente, el orgullo al ser humillado, y la vanagloria cuando es vejada... ¿Acaso son pocas las lágrimas derramadas en vano? Estas son lágrimas pecadoras, inútiles, dañinas para quien las derrama, porque provocan la muerte del cuerpo y del alma, como dice el Apóstol: “la tristeza producida por el mundo engendra la muerte” (II Corintioa 7, 10). Esta tristeza mundana muchas veces nos empuja al pecado mortal de la desesperanza.
La felicidad y el consuelo se otorgan, entonces, a quienes sufren. Y quienes servimos imperfecta e indignamente al Señor, merecemos, más bien, Su ira por nuestros pecados.
(Traducido de. Arhimandrit Ioan Krestiankin, Pregătirea pentru spovedanie, traducere Cristea Florentina, Editura Egumeniţa, 2014, p. 134)