Breve descripción del Sacramento de la Confesión
Para asistir a confesarnos debemos prepararnos con ayuno y oración, para que Dios nos transmita, por medio de nuestro padre espiritual, los consejos necesarios para nuestra vida.
Una gran cantidad de personas creen que confesarse significa hacer una simple enumeración de nuestros pecados. Se equivocan. El Sacramento de la Confesión, como hemos dicho antes, implica al sacerdote, a Dios y al penitente. Esta “trinidad” de personas, involucradas en el trabajo de redención del hombre, se puede comparar con un laboratorio espiritual, cuyo propósito es devolverle la salud al alma del que sufre.
El laboratorio de la Santa Confesión es fundamental para la formación de la personalidad humana, para alcanzar una auténtica sabiduría y una vida más ceñida a lo espiritual.
Cuando acudamos a confesarnos, no pensemos que se trata solamente de decir nuestras faltas más recientes, con más o menos arrepentimiento, o hasta quitándonos toda culpa y arrojándosela a otros, y ya.
Para asistir a confesarnos debemos prepararnos con ayuno y oración, para que Dios nos transmita, por medio de nuestro padre espiritual, los consejos necesarios para nuestra vida. Es un error dejar que sea solamente el sacerdote quien decida, sin implicarnos también nosotros con nuestras oraciones ante Dios.
Entonces, el Sacramento de la Confesión requiere: la confesión de nuestros pecados con profundo arrepentimiento; la determinación de enmendarnos; pedir perdón por nuestros pecados, y preguntarle a Dios, por medio del sacerdote: “¿Qué debo hacer de hoy en adelante?”. Esta pregunta es muy importante, y podemos, con la misericordia de Dios, obtener una respuesta que nos lleve a disciplinar nuestra vida. Si Dios observa que le preguntamos con toda la sinceridad y la contrición necesarias, no solamente nos dará una respuesta cierta, sino que también nos dará las fuerzas para materializarla.
(Traducido de: Arhimandritul Ioachim Pârvulescu, Sfânta Taină a Spovedaniei pe înțelesul tuturor, Mănăstirea Lainici – Gorj, 1998, Editura Albedo, p. 38)