Palabras de espiritualidad

Breve relato sobre los efectos del egoísmo en nuestra vida

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Todas las preguntas que nos inquietan obtendrán su respuesta. Y se nos revelará cómo habría sido nuestra vida si no hubiéramos pecado. El problema es que, entonces, las puertas de la contrición ya estarán cerradas, en lo que nos concierne, para la eternidad...

Hace algún tiempo leí una parábola, un relato de nuestros días, en una de sus versiones existentes con un contenido cristiano, porque lo principal radica no en los detalles, los personajes o el tema, sino en su sentido moral. Con todo, esta alegoría no tiene que ser entendida de forma literal.

Un hombre —llamémoslo “Máximo”— alimentaba tres sueños ambiciosos: tener un trabajo bien pagado, casarse con una chica hermosa y volverse famoso en todo el mundo.

Una mañana de invierno, Máximo se apresuraba en llegar a la sede de una compañía muy importante, donde tenía programada una entrevista de trabajo. En un momento dado, justo frente a él un anciano se resbaló en el suelo congelado y cayó aparatosamente. Máximo pensó que se trataba de un ebrio, así que ni siquiera se molestó en ayudarlo a levantarse. Apretó el paso y llegó a tiempo a su entrevista, pero las cosas no salieron como él esperaba y a los pocos días le avisaron que no le iban a contratar.

Unos meses después, en una noche de verano, Máximo salió a dar un paseo por la ciudad. Al llegar a una plazoleta, se detuvo a ver el alegre espectáculo que ofrecía un grupo de artistas callejeros. Al finalizar la presentación, entre los aplausos de los asistentes, Máximo se dio la vuelta para volver a casa. Sin embargo, algo o alguien lo detuvo. Era una mano que le apretaba fuertemente el hombro.  La protagonista del espectáculo, una artista de edad avanzada, le preguntó con una sonrisa si le había gustado la presentación y si los actores habían hecho bien su papel. Máximo no tenía la menor intención de quedarse a hablar con una desconocida, así que, disgustado, apartó la mano de la señora, quien todavía lo tenía asido por el hombro y, dándose la vuelta, se fue.

Finalmente, una noche de lluvia y tormenta, Máximo volvía a casa después de haber celebrado el cumpleaños de un amigo. Cansado, lo único que quería era llegar, hacerse una ducha con agua caliente y meterse en la cama. Cuando se hallaba a pocos pasos de la puerta de su casa, escuchó unos suspiros y un llanto acongojado que provenían de la banca situada bajo el árbol de enfrente. Según pudo ver, era una mujer la que estaba sentada ahí, llorando. Y sin paraguas. Sola con su dolor. Al ver a Máximo, la mujer le rogó que se acercara. Lo único que quería era que alguien la escuchara. Máximo titubeó. En su mente, lo en verdad importante en ese momento era sentirse cómodo, bañarse e irse a dormir. Y así lo hizo: subió de una zancada los tres peldaños de la entrada, abrió la puerta y se encerró en su casa.

La vida de este egoísta fue infeliz, vacía. Después de morir, escuchó la voz de su conciencia: “Lo único que se te pidió fue una mano, los ojos y el corazón. ¿Te acuerdas del anciano que cayó frente a ti una mañana de invierno? Era el director de la empresa donde querías trabajar. Te esperaba una carrera fulgurante. Lo único que se te pedía a cambio era tender la mano. ¿Te acuerdas de aquella actriz, anciana también, que te tomó del hombro y te hizo unas preguntas, una noche de verano en la calle? De hecho, era una joven actriz vestida y maquillada como si fuera una anciana, quien se enamoró de ti al verte. Les esperaba un futuro lleno de dicha, hijos y un amor perdurable. Lo único que se te pedía eran tus ojos. ¿Te acuerdas de aquella otra mujer, llorando en la banca que está frente a tu casa? Era una escritora muy famosa, que estaba atravesando una crisis familiar y necesitaba que alguien la apoyara. Si le hubieras levantado el ánimo con palabras de consuelo, habría escrito un libro sobre su encuentro contigo. El libro habría sido conocido en todo el mundo, y en la primera página habría aparecido el nombre de la persona que lo inspiró. Lo único que tenías que dar era tu corazón. Pero fuiste tan indiferente, tan indolente… ¡La felicidad suele tener el aspecto de un enigma!

¡Qué parábola tan triste! ¡Cuántas oportunidades no perdemos, por culpa de nuestro egoísmo! ¡Y qué precio hay que pagar por tener un corazón endurecido! Es absurdo, obviamente, suponer que “en la otra vida” se nos aprobarán todos nuestros planes triviales, nuestros deseos orgullosos y nuestras inútiles ambiciones. El Señor no bendice “los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la riqueza” (Juan 2, 16). De cualquier manera, todas las preguntas que nos inquietan obtendrán su respuesta. Y se nos revelará cómo habría sido nuestra vida si no hubiéramos pecado. El problema es que, entonces, las puertas de la contrición ya estarán cerradas, en lo que nos concierne, para la eternidad...

(Traducido de: Konstantin V. ZorinDacă puterile sunt pe sfârșite. Războiul și pacea omului cu el însuși, traducere din limba rusă de Eugen Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2015, pp. 122-124)