¡Busquemos la santidad!
Quien persigue la santidad no se cansa a sí mismo, ni a su confesor, ni a nadie. Nunca dice “no”, sino que siempre dice: “¡Así sea, con la bendición de Dios!”.
Que el santo se santifique aún más. Esta tendría que ser nuestra divisa, incluyendo sacerdotes, monjes y laicos: avancemos en la santidad. No nos estanquemos. El más grande capital, el mejor, el más importante, el más fuerte para nuestro camino es, precisamente, la santidad.
Santo es Dios y entre santos descansa. El que es santo no agobia a nadie, sino que da alegría, reposo. Es refulgente, irradiando virtud interior y exteriormente. Quien persigue la santidad no se cansa a sí mismo, ni a su confesor, ni a nadie. Nunca dice “no”, sino que siempre dice: “¡Así sea, con la bendición de Dios!”.
No importa si en su camino se topa con alguna debilidad, con algun problema o duro esfuerzo: el alma santa sabe superarlo todo. Los dolores físicos le ayudan a progresar en la santidad. El alma que es santa descansa a quienes le rodean, porque se halla en contacto permanente con Dios, comunicándose sin cesar con Él. Ahí es donde obtenemos fuerzas, de la fuente de la Gracia, de nuestro Dulcísimo Jesús. Y es que nuestro Santísimo Dios es Quien nos llamó a todos a la santidad..
(Traducido de: Părintele Eusebiu Giannakakis, Să coborâm cerul în inimile noastre!, Editura Doxologia, Iaşi, 2014, pp. 34-35)