Palabras de espiritualidad

Cada persona es un huésped de Dios en el mundo

  • Foto: Doxologia

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San Gregorio de Nisa compara la venida del hombre al mundo con la de un húesped muy amado y muy esperado. Cuando Dios quiso traer el hombre al mundo, le preparó el Universo entero como si fuera un palacio bellísimo.

¿Para qué creó Dios el mundo, si ya había creado el mundo invisible, los Cielos, en donde los ángeles lo glorificaban? ¿Para qué creó también al hombre, si sabía que éste habría de caer en pecado? ¿Si el hombre no hubiera pecado, habría enviado Dios a Cristo al mundo?

Precisamente en esto se observa el amor de Dios. Si Él no hubiera sido Sapientísimo, hubiéramos podido entender mejor por que creó al hombre —un hombre que más tarde habría de volverse en contra Suya y traicionarle, llegando incluso a rebelarse contra su Creador; y, cuando Éste vino al mundo, intentando reconducirle a Su amor, el hombre le dio muerte, en una cruz—, pero en todo esto se ve el infinito e indescriptible amor de Dios.

Sí, Dios creó el mundo de lo que no se puede ver y a los mismos ángeles, pero todo esto era sólo una preparación para la venida del hombre al mundo. San Gregorio de Nisa describe bien este asunto: la criatura más maravillosa del universo, la única hecha a imagen y semejanza de Dios, no fue la primera en ser creada, sino la última. Incluso después de los árboles, las plantas, el agua, los bosques, las flores. Dice: “¿Por qué Dios actuó así en la Creación, sin respetar una jerarquía?”. ¡Precisamente porque todo fue hecho para el hombre!

San Gregorio de Nisa compara la venida del hombre al mundo con la de un húesped muy amado y muy esperado. Cuando Dios quiso traer el hombre al mundo, le preparó el Universo entero como si fuera un palacio bellísimo: los cielos, las estrellas, los ríos y mares, todo aquello que era más bello entonces de como lo conocemos actualmente. Flores de las más espléndidas tonalidades, perfumados y agradables aromas, vistosas aves, coloridas mariposas... ¿qué no hizo Dios para el hombre? Todo esto lo preparó y lo extendió ante el hombre, cuando quiso invitarlo al mundo. Le trajo, cual hijo de emperador, a este universo tan maravilloso, especialmente creado de la nada para él. Justamente en esto puede verse el inmenso amor de Dios, porque después de todo esto, le entregó al hombre —a quien le habría bastado con todos aquellos dones visibles y visibles, ya recibidos— Su misma imagen y semejanza. Le dio la capacidad de amar, de contemplar la eternidad y la belleza, la luz eterna e inmaterial; le dio también la libertad de seguir su propia voluntad, el poder de elegir...

(Traducido de: Ieromonah Savatie Baștovoi, A iubi înseamnă a ierta, ediția a II-a, Editura Cathisma, București, 2006, pp. 37-39)