Cada quien debe avanzar a su propio ritmo
No se le puede pedir a alguien “pequeño”, espiritualmente hablando, que haga cosas grandes, similares a las de un experimentado.
Alguna vez leí un libro sobre los stárets rusos, y me quedó grabada en la mente una frase: “No le puedes pedir a un niño que camine al mismo ritmo que un adulto”. ¡Una frase que vale lo que un libro entero! Es una enseñanza que todos deberíamos mantener en nuestra conciencia y pensar todo el tiempo en ella.
Recuerdo que, siendo yo un niño, una vez tuvimos que venir a pie desde Ocna de Sibiu, unos 9 kilómetros. Mi padre y mi madre se turnaban para llevarme en brazos, aunque, por momentos, me ponían en el suelo para que también yo caminara un trecho. Como me dolían los pies de tanto caminar, me quejaba constantemente: “¡Detengámonos un poco!”, para, después de una pausa, decir: “¡Ya, ya podemos empezar a caminar otra vez!”. Por eso sé que con los niños hay que tener una indulgencia, una comprensión aparte.
Si esto es válido para la vida física, lo es también para la vida espiritual. No se le puede pedir a alguien “pequeño”, espiritualmente hablando, que haga cosas grandes, similares a las de un experimentado.
Nuestro Señor Jesucristo no sujetó la salvación a una sola cosa, sino que solamente la condicionó a la vida nueva que debe llevar el creyente.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 173-174)