Palabras de espiritualidad

Cada uno ve lo que busca ver

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Un hombre santo, un hombre que tiene un nivel excelso de vida espiritual observa el interior de su semejante y glorifica a Dios en esa criatura que está frente a él, admirando la presencia de Dios en cada persona.

Un hombre espiritual, sin importar lo que vea, lo que busca es conocer el interior del otro; no le importa, pues, si está vestido o no, ni cómo se viste. No le interesa si lleva ropa cara o elegante. El pecador, en cambio, mientras más bellamente está vestida una mujer, más desnuda la ve, más atractiva para el pecado. Para un hombre maduro desde un punto de vista espiritual y de la fe, un hombre sano psíquicamente, que su semejante esté vestido o no, no es causa de pecado para él, porque no ve la parte negativa de ello. Para él es simplemente otro ser humano, un semejante suyo. Pero en el estado en que nos encontramos nosotros, un estado de decadencia moral, nos sentimos tentados cuando vemos la desnudez de otro.

Por eso fue que Dios le dio a Adán con qué vestirse, después de que este cayó en un estado de inmoralidad. La misma Escritura dice que Dios le dio ropa para vestirse. Porque, en el estado en que nos encontramos —de pecadores o de pecadoras—, es necesario cubrirnos, de lo contrario terminaríamos perdiendo la razón. Pero un hombre santo, un hombre que tiene un nivel excelso de vida espiritual no ve nada más, porque observa el interior de su semejante y glorifica a Dios en esa criatura que está frente a él, admirando la presencia de Dios en cada persona.

Un asceta, quien, desde muy pequeño empezó a llevar una austera vida de monje, dijo lo siguiente: “Cuando veo una flor…” (el asceta tiene el deber de no dejarse impresionar ni entusiasmar por las cosas de este mundo, porque para él todo lo terrenal es vano y pasajero). Dijo el asceta: “Cuando veo una flor, me lleno de asombro y mi alma se eleva y alaba a Dios, el Creador de tanto prodigio, de esta simple flor. Cuando escucho una música bella, me siento conmovido y me enaltezco espiritualmente, y también alabo a Dios. Cuando veo a una mujer o un rostro agraciado, mi alma se enaltece y glorifico a Dios por haber creado esta criatura”.

De esta forma ve las cosas un hombre sano e íntegro, moral y espiritualmente.

(Traducido de: Arhiepiscopul Iustinian Chira, Convorbiri în amurg, Editura Dacia, Cluj-Napoca, 2006, pp. 149-150)