Cerrar los oídos a las murmuraciones
Murmurar contra nuestro semejante es algo muy grave. Por eso es que al demonio se le conoce también como “el murmurador”, “el que siembra discordia”.
No caigan en el engaño de creer inmediatamente todo lo que escuchan, porque hay quienes cuentan las cosas tal como las entienden, muchas veces, erradamente. En cierta ocasión, una persona vino a buscar a San Arsenio, y le dijo: “Con tu bendición, padre… ¡Cerca de aquí hay unas cien serpientes escondidas entre los matorrales!”. “¿Cien serpientes? ¿De dónde salieron?”, preguntó asombrado San Arsenio. “Bueno, no sé si son cien, ¡pero seguramente eran unas cincuenta!”. “¿Cincuenta serpientes?”. “Me corrijo: ¡eran unas veinticinco!”. “¿Has oído alguna vez que se reúnan veinticinco serpientes en un solo lugar?”, preguntó el santo. El otro, un poco avergonzado, dijo: “Entonces… creo que eran diez”. “¿Diez serpientes? ¿Qué, tenían una asamblea o algo así? ¡Déjalo ya, hijo! ¡Es imposible!”. “Eran cinco. ¡Sí, eran cinco serpientes!”. “¿Cinco? ¿De verdad?”. “Bueno, puedo asegurar que eran al menos dos”. Sonriendo, San Arsenio insistió: “¿Las viste?”. “No… ¡pero las escuché sisear detrás de unos arbustos!”. Talvez era una lagartija… Cuando me cuentan algo, nunca saco conclusiones antes de indagar más. Cada uno suele dar una versión distinta de lo que escucha.
¡Y hay muchos a los que les gusta causar confusión o agitación! En Konitsa vivían dos amigos —monjes— muy buenos. Los domingos y los días festivos no salían a pasear por la ciudad, sino que preferían visitar los demás monasterios de la región, para cantar con los monjes del coro. Después, solían subir la montaña que se conoce como “el Camello”. Un día, un extraño quiso sembrar intriga entre ellos. Le dijo a uno de los dos amigos: “¿Sabes lo que dice tu camarada de ti? Esto y esto”. Después fue a buscar al otro, y le dijo: “¿Sabes lo que dice de ti ese a quien crees tu amigo? Esto y esto”. Inmediatamente se armó un escándalo de proporciones en el monasterio. Mientras tanto, el extraño se fue del lugar, dejando que aquellos dos “amigos” dieran rienda suelta a su enfado. Yo pensé: “¿Qué puedo hacer? ¡Hasta dónde puede llegar la maldad del demonio!”. Fui a buscar al mayor de ellos, y le dije: “Escúchame, hermano: ¡tu amigo es más pequeño que tú! Además, es un poco irascible, pero no actúa guiado por el mal. ¡Pídele perdón!”. “¿Cómo pedirle perdón, padre? ¿Acaso no oyó lo que me dijo? ¡Ni siquiera sé de qué me estaba hablando!”. Fui a buscar al más pequeño, y le dije: “Mira, tu amigo es más grande que tú. Las cosas no son como crees tú. ¡Ve y pídele perdón!”. Se levantó de un salto, y empezó a reclamarme: “¡Padre, si quiere problemas conmigo, voy a terminar discutiendo con usted también!”. “Está bien, Panteleimón. Vamos a reñir. Pero antes déjame prepararme debidamente”, le dije y me fui. Afuera del monasterio había unos troncos larguísimos que rodeaban el huerto. Tomé uno, de unos 5 metros de longitud, y lo arrastré como pude hasta el monasterio. El hermano Panteleimón se asomó a la puerta de su celda para ver qué era lo que yo estaba haciendo. ¿De dónde iba a saber para qué necesitaba yo un tronco? Entré al patio del monasterio, y cuando llegué hasta donde estaba él, le dije en voz alta, con fingido tono amenazador: “¡Hey, Panteleimón, ahora sí podemos discutir!”. También el otro hermano salió a ver qué estaba pasando. Al ver la escena, todos se echaron a reír. ¡Y sólo con eso fue suficiente! El demonio huyó despavorido. “¿Están bien de la cabeza? ¿Pelearse de esa manera?”, les reclamé afectuosamente. Y los dos monjes se reconciliaron.
¡A qué nivel de enemistad habían llegado!
—Sí, se dijeron cosas muy feas. ¿Ves lo que hace el demonio? Les tenía envidia, porque eran como hermanos. Se acercó a cada uno de ellos para murmurar en contra del otro, y después se fue. Murmurar contra nuestro semejante es algo muy grave. Por eso es que al demonio se le conoce también como “el murmurador”, “el que siembra discordia”. Murmura al oído de cada uno, para provocar disputas y animadversión. Y eso fue lo que les pasó a aquellos dos monjes.
¿Ese era el propósito del maligno en el caso que nos acaba de contar?
—Sí, separarlos desde el “amor”, no desde la “envidia” ...
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol. 2, Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 70-72)