Debemos elegir, para nuestros hijos, los nombres de los santos que aparecen en nuestro calendario ortodoxo. Usualmente, el nombre del santo del día respectivo o el de algún otro santo, aconsejados también por el resto de la familia y el padre espiritual. Se puede elegir, también, el nombre del santo patrón de la parroquia a la que asiste la familia, o el nombre de algún santo nacional, el de algún jerarca, mártir o asceta. También se acostumbra ponerle al bebé el nombre de su padre o madre, o el de su padrino o madrina, según sea el caso.

En ningún caso debe optarse por el nombre de algún artista o algún apelativo que no sea cristiano, o que provenga de algún lugar en donde no se cree en Cristo. Jamás debe elegirse nombres de animales, de aves, de héroes paganos o divinidades, tales como Afrodita, Venus, etc. Es pecado elegir nombres que no tienen ninguna relación con Cristo, en vez de escoger el de algún santo que haya ofrendado su vida por la fe, orando ya en los Cielos, frente a la Santísima Trinidad, por quienes llevan su nombre.

El nombre del niño, otorgado en el momento de su inmersión en las aguas bautismales, no puede cambiarse sino únicamente en el caso de que —ya en la edad adulta— sea tonsurado para la vida monástica, rito que es conocido también como el “segundo Bautizo”.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Călăuză ortodoxă în familie şi societate, volumul II, Editura Mitropoliei Moldovei şi Bucovinei, Iaşi, 1993, p. 36)