¿Cómo esperas que Dios se apiade de ti?
Ves cómo el demonio castiga todos los días a tu hijo, incitándolo al pecado… y tú sigues durmiendo. No te afliges, no te enfadas, no te preocupas por salvar a tu hijo de las garras de esa bestia. Entonces ¿qué piedad esperas de Dios?
Si vieras a alguien golpear a tu hijo, seguramente te dolería y te enfadarías, al punto de abalanzarte sobre el agresor como si fueras una fiera. Y, sin embargo, ves cómo el demonio castiga todos los días a tu hijo, incitándolo al pecado… y tú sigues durmiendo. No te afliges, no te enfadas, no te preocupas por salvar a tu hijo de las garras de esa bestia. Entonces ¿qué piedad esperas de Dios?
Si ves que tu hijo cae poseído por el demonio, acudes a todos los santos y ascetas, y oras para que lo libren de tal sufrimiento. Pero, viéndolo pecar —y esto es muy grave—, te quedas indiferente. ¡Qué cosa tan absurda! Porque, cuando tu hijo es atormentado por el maligno, realmente no se trata de algo tan terrible, porque ese sufrimiento lo puede librar del infierno. Es un suplicio que puede otorgarle la salvación al hombre, si es paciente y tiene esperanza. Por el contrario, es imposible que alcance la salvación el hombre que vive en pecado. Y no solamente su vida terrenal se convierte en algo oprobioso, sino que será castigado eternamente después de morir.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele Vieții, traducere de Cristian Spătărelu și Daniela Filioreanu, Editura Egumenița, p. 122)