Palabras de espiritualidad

¿Cómo hizo Cristo para librar a sus discípulos del orgullo?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El Señor les dijo a Sus discípulos: “Ni tampoco os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: Cristo.” (Mateo 23, 10)

Feliz del hombre que no quiere erigirse en mentor o director de los demás. Sobre un hombre como éste velan tres emperatrices celestiales: el nombre de la primera es Irina, la segunda es Sofía y la tercera, Eudoxia. Es decir, la paz, la sabiduría y la gloria.

El Señor les dijo a Sus discípulos: “Ni tampoco os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: Cristo.” (Mateo 23, 10).

Ustedes, quienes leen siempre la Santa Escritura, talvez encuentren complicada la relación entre este mandamiento y este otro: “Id, pues, y haced discípulos”  (Mateo 28, 19). Está claro que Él los envía a enseñar, pero no les permite hacerse llamar “preceptores”. ¿Por qué? Ciertamente, esto sería difícil de entender si Él mismo no lo aclarara al final: “Uno solo es vuestro preceptor: Cristo.”. Y esto significa: “Yo soy el Maestro, y la enseñanza me corresponde. Yo soy el Único Maestro de una Doctrina que es única, y ustedes son sólo predicadores de Mi Enseñanza. Yo traje Mi Doctrina de los Cielos y se las dí a conocer. Ustedes no la encontraron ni la descubrieron, sino que la recibieron de Mí. Yo soy el Preceptor. A ustedes les corresponde compartir Mi palabra con los hombres, así como lo hicieron con aquellos cinco panes que Yo bendije y multipliqué. Entonces yo era el Anfitrión y ustedes sirvieron en Mi banquete. Ahora les digo: Yo soy el Maestro, y ustedes son servidores de la palabra de Dios”.

Con esto, el Señor quiso resaltar la idea de que sólo Él es Maestro de la salvadora y celestial doctrina, en el verdadero y completo sentido de la palabra. En segundo lugar, Él pretendía librar a sus discípulos del orgullo, que no puede ser evitado por quienes se llaman a sí mismos “maestros” de sus propias doctrinas. Y, en tercer lugar, siendo sólo predicadores y portadores de la doctrina de Dios, y no de la suya propia, debían estar atentos a divulgar la palabra de Dios tal y como la recibieron, sin agregar ni quitar nada.

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici Episcopul Ohridei şi Jicei, Prin fereastra temniţei, Editura Predania, Bucureşti, 2007, pp. 45-46)