¿Cómo negar que existes, Señor?
El movimiento y el orden de la materia implican, necesariamente, la existencia de una Fuerza directa. Nadie puede admitir que la vida en el mundo apareció a partir de materia muerta. ¿Por qué? Porque la vida no puede nacer sino de la vida, la semilla de la semilla, porque la muerte no puede engendrar vida; nadie puede dar lo que no tiene. Luego, con la contemplación, el análisis y la observación de la naturaleza, la razón, la lógica concluye la existencia de Dios.
Las leyes que fundamentan los fenómenos del universo, que se encuentran en un movimiento continuo, no pueden ser espontáneas, porque lo fortuito no constituye un orden. El movimiento y el orden de la materia implican, necesariamente, la existencia de una Fuerza directa. Nadie puede admitir que la vida en el mundo apareció a partir de materia muerta. ¿Por qué? Porque la vida no puede nacer sino de la vida, la semilla de la semilla, porque la muerte no puede engendrar vida; nadie puede dar lo que no tiene. Luego, con la contemplación, el análisis y la observación de la naturaleza, la razón, la lógica concluye la existencia de Dios.
Desde el punto de vista de la doctrina cristiana, decimos que la belleza de la naturaleza que nos rodea lo expresa claramente: ¡todo esto es obra de Dios! Pensemos en dos cosas que encontramos cada día. Conocemos una gran cantidad de personas… ¡y tendría que asombrarnos el hecho de que raras veces nos encontramos con dos personas que se parezcan! Cada individuo tiene sus propias características. Por todas partes vemos una multitud de flores, una junto a la otra, una roja, otra azul, otra amarilla, etc. Y nos preguntamos: en la misma tierra, con el mismo clima, ¿cómo es posible que cada flor se distinga de las demás, por su color y su forma? ¿Quién creó esas leyes? ¡Dios!
Todo lo que vemos desarrollándose en el seno de la naturaleza que nos rodea nos grita que Dios existe. Si hubiera alguno que no encuentre a Dios en la naturaleza circundante y en su propio corazón, es que “su Dios es su propio vientre” (Filipenises 3, 19). Todos aquellos que, viviendo, no dan testimonio de Dios ni con sus palabras ni con sus actos, sino que, incluso lo niegan, están cumpliendo aquellas palabras del Señor: “Si alguno se avergüenza de Mí… también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la Gloria de Su Padre” (Marcos 8, 38).
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Man, Crâmpeie de propovăduire din amvonul Rohiei, Editura Episcopiei Ortodoxe Române a Maramureșului și Sătmarului, 1996, pp. 9-10)