¿Cómo permitimos que las pasiones aniden en nuestra alma?
Dios permite que vivas esos momentos, tanto para sanarte como para demostrarte que esa pasión permanecía inmóvil y oculta en un rincón de tu alma, y ahora ha empezado a moverse.
«Me cuentas que, hallándote en la iglesia, inmersa en ese ambiente de paz y serenidad, sentiste tu alma regocijarse con ese gran consuelo. Sin embargo, ese estado te duró poco: cuando menos lo esperabas, la envidia vino a agobiarte, al ver que N. recibía más privilegios que tú. Y sentiste que todo se oscurecía a tu alrededor. Bien, tienes que entender que no es correcto pensar en nosotros mismos de ninguna manera, aunque nos parezca que nos merecemos grandes virtudes, porque, aunque no lo veamos, todos anidamos una gran cantidad de pasiones en nuestro interior. Asimismo, resulta difícil describir lo repugnante de la envidia, tratándose de una pasión que no proviene del exterior, sino de nuestro propio interior. El hombre que anida la envidia, le abre las puertas de su alma al maligno, y este no es sino oscuridad y dolor. Al contrario, ahí donde está la Gracia, lo que hay es luz y paz. ¡Lucha contra esa pasión y jamás pienses que los demás son los culpables de que te embista! Recuerda que Dios permite que vivas esos momentos, tanto para sanarte como para demostrarte que esa pasión permanecía inmóvil y oculta en un rincón de tu alma, y ahora ha empezado a moverse».
(Traducido de: Sfântul Macarie de la Optina, Filocalia de la Optina, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 196)