Palabras de espiritualidad

Cómo podemos hacer que el maligno quede en “offside”

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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Los adversarios del cristiano no son otros hombres, sino los mismos espíritus de la maldad, con los que nos es de provecho enfrentarnos. No en vano dice el Paterikón: “Si eliminas la tentación, nadie más podrá salvarse”.

De niño siempre me gustó mucho jugar al fútbol. Incluso, ya de adolescente, fui parte de un equipo juvenil, hasta que un accidente con mi columna vertebral puso punto final a mi breve carrea deportiva. Actualmente, ni siquiera veo los partidos que transmiten por televisión. Dicho lo anterior, casi por casualidad me enteré de que en estos días se está jugando un nuevo campeonato mundial, esta vez en Catar. A partir de esto, quisiera hacer algunas reflexiones, desde un punto de vista cristiano, sobre el deporte más popular del planeta. Si me lo permiten, intentaré componer una suerte de homilía, pero valiéndome del lenguaje de un moderno aficionado al fútbol.

Espiritualmente hablando, el fútbol nos atrae porque representa, de cierta manera, un reflejo, en el plano puramente espiritual, de la lucha que el hombre debe librar en este mundo (¿el terreno de juego?) de tanto sufrimiento. La idea de “competir” es muy antigua. El demonio (Lucifer) quiso tener un reino que compitiera con el de Dios. Por eso fue que tentó a Adán y Eva. para que también ellos empezaran a… ¡competir! Y, ahora, no podemos volver al Paraíso perdido si no es derrotando al mismísimo demonio en… ¡otra competición! Este mundo —en el que podemos ganarnos el Reino de los Cielos—, es comparado por un gran santo de la Iglesia, Ambrosio, con lo que hoy en día llamamos un “estadio”: “¿Qué es el mundo, sino una arena llena de lucha?”. Quien vence en esta lucha, obtiene “la corona de la vida” (Apocalipsis 2, 10). Para explicarle esto a un auténtico “atleta de Cristo” —específicamente, su discípulo, Timoteo—, el Apóstol Pablo se vale de términos de competiciones deportivas, demostrando que, “también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” (II Timoteo 2,5). También en el fútbol hay reglas, y todas tienen que ser respetadas para que un gol marcado sea concedido como válido. Para esto se necesita, entonces, de un fair play por parte de los jugadores (además, la honestidad y asumir nuestras faltas son cualidades cristianas fundamentales).

La salvación no se alcanza si no es en comunión con los demás (en la Iglesia) y contando con un guía espiritual. De la misma manera, el futbolista necesita de un equipo y de un buen entrenador. San Basilio el Grande exhorta a los cristianos a que “se confíen a las manos de un hombre rico en virtudes, de modo que no sea “por un amor exagerado al cuerpo” que termines eligiendo uno que está al nivel de tus propios vicios. En el ámbito meramente deportivo, esta es una exhortación a “superarse a sí mismos”. También la idea de adversario se puede encontrar en la vida cristiana. En su obra “Sobre la perfección”, San Gregorio de Nisa habla así de la necesidad de un enfrentamiento: “¿Cómo podría llamársele ‘competición’, si no existieran los oponentes? Si no existiera el adversario, tampoco lo haría la victoria. Esta no existe por sí misma, sin que haya una parte vencida”. Sin embargo, los adversarios del cristiano no son otros hombres, sino los mismos espíritus de la maldad, con los que nos es de provecho enfrentarnos. No en vano dice el Paterikón: “Si eliminas la tentación, nadie más podrá salvarse”. Luego, para poder hacer frente a las tentaciones, es necesario practicar el ayuno y la oración. El ayuno es una suerte de “concentración” que tiene como efecto la fortificación del cuerpo, facilitando el establecimiento de un vínculo más estrecho con Dios. Acudimos a ayuno, especialmente cuando enfrentamos pruebas de mayor importancia (como cualquier campeonato o torneo en lo deportivo). Pero también importa lo que haces fuera de los períodos de ayuno, no solamente cuando hay que ayunar. Tal como lo dicta otro principio cristiano, que dice que “el que ora solamente cuando ora, no ora en absoluto”. Asimismo, también cuenta la vida personal del futbolista, no solamente lo que hace cuando está concentrado con el equipo, o en los entrenamientos de rutina.

Hay muchas tácticas que el hombre puede adoptar en la lucha espiritual. Una de ellas consiste en no dejarse “encerrar en su propia área”, sino hacer que el maligno quede en “offside”, para utilizar otro término futbolístico. Si sé dar ese paso hacia Dios, el demonio pierde todo poder sobre mí, y no puede hacer nada conmigo cuando no entro en su lógica, cuando no caigo en su estrategia.

El que permanece afuera de la cancha, sin participar en el encuentro, no tiene la misma satisfacción y la misma ganancia que aquel que sí ha jugado. Lo mismo pasa con el cristiano: puede leer mucho sobre las luchas de los santos u observar cómo combaten contra las tentaciones los verdaderos hombres de Dios, pero no obtendrá ningún beneficio si no toma parte, también él, de “la buena lucha” (II Timoteo 4,7). En última instancia, no importa tanto si un equipo gana o no el partido o el campeonato, sino si ha sabido luchar y superarse. También en la vida espiritual, lo importante es luchar sin renunciar, aunque el demonio te venza diez veces al día. A un padre le preguntaron qué hacen los monjes todo el día en el monasterio. Su respuesta fue: “¿Qué hacemos? ¡Caemos y nos levantamos!”. Seguir levantándote para volver a la lucha te hace un “soldado de Cristo”; vencer es algo que le concierne a Dios.

En conclusión, jugar al fútbol no tiene nada de malo, aunque actualmente este deporte se haya convertido en una verdadera industria. Ver un partido de fútbol tampoco contradice el estatuto de ser cristiano, si lo hacemos con decencia y dentro de los límites debidos. La idea de competir, como hemos vistos, puede tener un significado especial en el ámbito de lo espiritual para el hombre. Lo que no es cristiano, es hacer de esto un vicio, volviéndonos agresivos, idolatrando a esos deportistas o dejándonos esclavizar por nuestra afición. Esto es válido también para cualquier otra actividad humana, no solamente en lo que respecta al deporte mencionado.