Entendamos correctamente lo que es el amor auténtico; no lo confundamos con la pasión, con las emociones o con el egoísmo. Recordemos siempre la responsabilidad que tenemos con esos a quienes queremos.

No esperemos ser amados, sino ofrezcamos amor (¿Recuerdan lo que decía el Anciano Doroteo? “No esperes el amor de tu semejante...”) y entonces lo recibiremos en nuestro corazón.

Algo más: los recuerdos de lo que vivimos al principio, nos ayudan a mantener el amor, a renovarlo.

Un profesor de la Academia Teológica de Moscú ponía el siguiente ejemplo: “Digamos que una pareja de esposos, luego de doce años de matrimonio, se sienten ya hartos el uno del otro. Pero, un día, la esposa se decide a hacer una limpieza general en la casa, sacudiendo el polvo, arreglando los libros... En eso, de uno de los libros cae un amarillento y viejo boleto, una entrada para una función acontecida doce años antes... Justo cuando los ahora esposos se conocieron. Observando aquel deteriorado billete, la esposa empieza a recordar lo mucho que se amaban, lo bien que la pasaban juntos esos primeros tiempos... y esos recuerdos la ayudan a superar el alejamiento que actualmente sentía hacia su esposo.”

A menudo escuchamos, entre esposos, las expresiones “esto es una cadena perpetua”, “se nos acabó el amor”, etc. ¡Pero antes sí que se amaban! Si has sentido amor una vez, puedes seguir amando a esa persona el resto de tu vida. Por eso, quienes hablan con tal desaliento, lo hacen porque no se han esforzado en amar. El amor es una felicidad que llena nuestra vida de sentido y de alegría. Sin embargo, esa felicidad sólo podemos crearla con nuestras propias manos.

(Traducido de: Pr. Pavel Gumerov, Conflictele familiale: prevenire și rezolvare, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2013, pp. 63-64)