¡Que no se nos olvide la importancia de la confesión!
Cuando el hombre se acuerda de que en poco tiempo le corresponde ir a confesarse, aunque haya sentido el impulso de pecar, se detendrá, pensando en la vergüenza que le tocará pasar ante su confesor y en la amonestación que recibirá de este.
El cristiano que se confiesa con frecuencia tiene la ventaja de poder examinar detalladamente su conciencia y conocer el número exacto de sus pecados, ya que, al aligerar constantemente su alma ante su padre espiritual, sus faltas acumuladas no suelen ser muchas. Es por eso que las puede identificar y reconocer fácilmente, a diferencia del fiel que no busca la confesión frecuente. Ciertamente, cuando el hombre deja que sus pecados se acumulen, no solo le cuesta enumerarlos y reconocerlos, sino que muchas veces los olvida, incluso los más graves, quedando estos sin confesar y sin ser perdonados. ¡Y ya vendrá del demonio a recordárselos al momento de morir, cuando toda lágrima y todo suspiro será inútil, porque ya no podrá correr a confesarse!
La confesión frecuente tiene también otro provecho: disuade al hombre de volver a pecar. Cuando este se acuerda de que en poco tiempo le corresponde ir a confesarse, aunque haya sentido el impulso de pecar, se detendrá, pensando en la vergüenza que le tocará pasar ante su confesor y en la amonestación que recibirá de este.
(Traducido de: Sfântul Grigorie Dascălul, Sfătuire foarte frumoasă despre spovedanie, Editura Egumenița, pp. 94-95)