¿Cómo reconocer al que es verdaderamente humilde?
Todas estas son las señales que nos ayudan a reconocer al que es verdaderamente humilde. ¡Dichoso de aquel que cumpla todo esto, porque es casa e Iglesia de Dios, y Dios viene a morar en él, haciéndole heredero del Reino de los Cielos!
Los signos que nos ayudan a reconocer al que tiene una humildad verdadera son los siguientes: se considera a sí mismo el más pecador de todos los pecadores y cree que no ha hecho ningún bien ante Dios. Se acusa a sí mismo en todo momento, en todo lugar y por todo. Así, no acusa a nadie ni cree que haya en el mundo alguien más impuro, más pecador o más ocioso que él mismo. Siempre elogia a los demás y les demuestra su respeto. No juzga ni difama a nadie. No murmura en contra de los demás. Calla siempre y no habla si no se le ordena o si no es realmente necesario. Y, al ser preguntado, responde con suavidad y serenidad, pausadamente, como si hablara a la fuerza. No se imagina nada en lo que él sea el centro, no se enfada con nadie, ni por las cosas de la fe, sino que, si lo que le dicen es bueno, lo acepta, y si lo que le dicen es algo malo, responde, “Tú lo sabes”. Es raudo para obedecer y odiar su propia voluntad, cual si fuera algo que le llevará a la perdición de su alma. No se dirige a nadie con superioridad. Siempre piensa en su propia muerte. No habla en vano, no dice banalidades y nunca miente. No habla contra sus superiores. Soporta con alegría las ofensas, las difamaciones y los desprecios. Detesta descansar, porque ama el esfuerzo. No le gusta enfadar a los demás o herir intencionadamente a los otros.
Todas estas son las señales que nos ayudan a reconocer al que es verdaderamente humilde. ¡Dichoso de aquel que cumpla todo esto, porque es casa e Iglesia de Dios, y Dios viene a morar en él, haciéndole heredero del Reino de los Cielos!
(Traducido de: Sfântul Efrem Sirul, Din cuvintele duhovniceşti ale Sfinţilor Părinţi, Editura Arhiepiscopiei Sucevei şi Rădăuţilor, 2003, p. 162)