Una vez, el padre Efrén de Katunakia nos confesó: “Cada cuatro o cinco años, Dios permite que me arremeta una ola de tristeza. Pensamientos de desánimo y desesperanza rodean mi alma entonces. Y debo ser muy paciente hasta que pase esa oleada. Con todo, lo mejor es que nadie lo note. En la alegría y en la tristeza es muy importante seguir siendo el mismo: sereno y diligente en lo exterior, e impasible por dentro. Me he abrevado abundantemente en los dulces manantiales del Paraíso, mas he procurado no envanecerme jamás por ello. También he bebido de las amargas aguas del infierno, pero siempre cuidándome de no ser engullido por la desesperanza”.

(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Stareţul Efrem Katunakiotul, traducere de Ieroschimonah Ştefan Nuţescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2004, p. 52.)