¿Cómo te confiesas, hermano?
¡Qué pecado tan terrible cometen aquellos que se confiesan y comulgan, sin querer renunciar al odio por sus enemigos!
Luego de confesarte correctamente, es importante completar el canon dispuesto por tu padre espiritual: postraciones, oraciones fervientes, ayuno, lectura frecuente de la Palabra de Dios (Biblia), caridad, visita a los enfermos, ayudar a los huérfanos, etc. Si has discutido con alguien, perdónalo con el corazón, para que Dios te perdone a ti (Mateo 6, 14-15). ¡De lo contrario, tu confesión será en vano! Temístocles y Arístides, dos insignes atenienses, discutían sin cesar. Pero su patria habría de encomendarles un asunto de importancia nacional, a realizar juntos. Sin embargo, ¿cómo podían dejar de lado su disputa? Arístides dijo, entonces: “Temístocles, ¿no te gustaría apartar un poco nuestras diferencias, al menos hasta cumplir con la misión que se nos dio? Cuando volvamos, podemos retomar nuestra disputa, si así lo deseas”. Y así lo hicieron. Después de ejecutar con éxito los asuntos encomendados, volvieron a casa y continuaron con su controversia. ¿No es lo mismo que hacemos nosotros, que nos hacemos llamar cristianos, cuando nos hallamos en medio de alguna relación de enemistad? Nos confesamos, comulgamos del mismo cáliz, aparcamos nuestra animadversión afuera de la iglesia... y, cuando salimos, ¡listo, retomamos nuestra contienda! Entonces ¿qué clase de confesión hemos hecho? ¡Qué pecado tan terrible cometen aquellos que se confiesan y comulgan, sin querer renunciar al odio por sus enemigos! ¡Por eso, terminemos ya con toda enemistad para con nuestros semejantes!
(Traducido de. Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, p. 112)