¿Cómo tendría que ser el noviazgo?
Cuando semejantes manifestaciones empiezan a existir antes de lo debido y antes de pasar por el Sacramento de Matrimonio, ambos se vuelven víctimas de su debilidad.
El matrimonio reblandece a las personas, les pone los pies en la tierra, las hace verdaderamente “humanas”, las ayuda a hacerse humildes y alcanzar el verdadero conocimiento de sí mismas. Si no se hubieran casado, con algunas excepciones, la mayoría habrían sido como fieras salvajes. Por el Sacramento del Matrimonio, la vida sexual se desarrolla bajo la Gracia de Dios y sigue siendo un sacramento, y como tal se le bendice, por medio de las disposiciones especiales de la Iglesia. Lo contrario es lo que llamamos “desenfreno”.
Dos jóvenes se conocen y, de acuerdo al espíritu de la época, según lo que se escribe, se dice y se presenta ante ellos, se acercan, y su relación empieza a ser cada vez más estrecha. Se conocen y se aman. ¡Que así se mantenga ese lazo, en la medida de lo posible! Pero, cuando la relación empieza a tomar un camino errado, cuando el propósito de la pareja no es el de conocerse mejor para entender si pueden formar una familia, cuando su relación no tiene este sentido, sino una simple connotación sexual, ¿de qué clase de conocimiento y amor estamos hablando? Tristemente, los jóvenes no pueden entender esto, o si lo entienden, se muestran impotentes para actuar de otra manera. Así pues, sin haber pasado por el Matrimonio, terminan experimentando las cosas propias de este. No importa si la cercanía física es más pequeña o más grande, porque hasta el más pequeño gesto pertenece a la esfera del matrimonio, a la esfera de la entrega, a la esfera de la identificación; es decir, por el hecho de que estas personas, siendo dos, empiezan a ser uno antes del comienzo de su matrimonio, están pervirtiendo su conocimiento y su amor. Cuando semejantes manifestaciones empiezan a existir antes de lo debido y antes de pasar por el Sacramento de Matrimonio, ambos se vuelven víctimas de su debilidad.
La mujer debe conocer la psicología del hombre, para ella misma. Que no confíe mucho en las simples palabras.
Por su parte, el muchacho debe conocer la psicología de la mujer y no interpretar ni creer a su conveniencia las palabras, el comportamiento y la actitud de la chica, actitud que, como dije, puede tener otra explicación, otro propósito, y no precisamente el que cree el chico.
(Traducido de: Arhimandritul Simeon Kraiopoulos, Adolescenţă, feciorie, căsătorie, Editura Bizantină, Bucureşti, 2010, p. 68)