Palabras de espiritualidad

“¡Con el Dios que tenemos, no debemos desesperar jamás!”

    • Foto: Adrián Sarbu

      Foto: Adrián Sarbu

Así nos lo enseña la Iglesia: la salvación es una sinergia, un trabajo conjunto entre la voluntad del hombre y el don de Dios.

Venerable padre Arsenio (del Monasterio Pângărați), ¿cómo se alcanza el amor a Dios?

—Esta forma de amor se cultiva. Dios nos da la semilla y el hombre la cultiva, la cuida, la riega, la limpia de malezas, tal como lo haces con una flor. Viene alguien y te dice, mientras te pone una semilla en la palma de la mano: “Mira, esta es una semilla de una flor muy hermosa”. Vuelves a casa, preparas un lugar en el jardín, quitas las malezas, pones la semilla en la tierra y la riegas. Al poco tiempo, la flor brota; limpias nuevamente la tierra de cualquier maraña, le pones una pequeña cerca, para que no venga ningún animal a comérsela... y, poco a poco, empieza a crecer un arbolito de bellas y perfumadas flores. Luego, Dios da la semilla, pero también el hombre debe actuar.

¿Es posible que en nuestro interior tengamos semillas como esas, pero sin cultivar?

—Sí, por supuesto. Si fuimos bautizados, tenemos los carismas del Espíritu Santo. Y, además, fuimos ungidos con el sello del don del Espíritu Santo en todos nuestros miembros. Luego, la semilla está ahí. Y así nos lo enseña la Iglesia: la salvación es una sinergia, un trabajo conjunto entre la voluntad del hombre y el don de Dios.

¿Cuando el hombre cae en la desesperanza, pierde su voluntad?

—Sigue teniéndola, pero pierde su acción. La desesperanza es cosa del demonio, no de Dios. “¡Con el Dios que tenemos, no debemos desesperar jamás!”, decía el padre Rafael Noica. No existe tal problema. “Hermanos, contando con tantos testimonios, corramos con fervor a la lucha que se nos presenta, con los ojos dirigidos a Cristo, que es el principio y perfección de nuestra fe. ¡Cuántos testimonios! Tenemos también a María de Egipto, al bandido que fue crucificado a un lado del Señor, a Moisés el Moro, quien fuera un temido criminal... ¡A todos ellos Dios los hizo grandes santos!