Palabras de espiritualidad

“Con Su Resurrección, Cristo sana al hombre de la muerte y la corrupción”. (Carta pastoral de Su Beatitud Daniel, año 2024)

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Mostremos la luz de la fe correcta y de las buenas acciones dondequiera que estemos, compartiendo a los demás el júbilo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, Quien es nuestro Sanador y Salvador.

¡Cristo ha resucitado! 

«Y como todos mueren en Adán, así también todos resucitarán en Cristo» (I Corintios15, 22)

Piadosísimos y muy venerables Padres,

Amados hermanos y hermanas en el Señor [1],

Cada año, la Iglesia Ortodoxa Rumana trata espiritual, teológica y filantrópicamente uno de los temas que considera prioritarios en su labor pastoral. Si el año pasado, en el centro de nuestras preocupaciones misionarias y cultural-sociales se hallaba el trabajo pastoral con personas de la tercera edad, es normal que este año continuemos con esa tarea, profundizándola mucho más, con palabras y hechos, en lo que se refiere a la actividad pastoral con los enfermos. En este sentido, el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana proclamó el año 2024 como Año de homenaje a la labor pastoral y el cuidado de los ancianos y Año conmemorativo de todos los Santos taumaturgos y anárgiros.

En la Santa Escritura, la enfermedad es entendida, en primer lugar, como una alteración de la salud, y, desde este punto de vista, puede abarcar tanto la debilidad del alma como la del cuerpo. En el Antiguo Testamento, en general, en los Salmos, encontramos súplicas, clamor por la sanación. El salmista pide que Dios lo sane de su debilidad: «Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas; sáname, porque mis huesos se estremecen» (Salmos 6, 2). En otro momento, el salmista constata cómo se debilitan las fuerzas de su organismo, cómo su vida parece llegar a su fin, cómo desaparece como ser humano: «Mis días se disipan como el humo, y mis huesos queman como brasas» (Salmos 101, 4). He aquí la confirmación de la necesidad existencial de sanación, no solamente de la enfermedad, sino también de la muerte: «Me cercaron los lazos de la muerte, me sorprendieron las redes del abismo, me hundí en la angustia y la tristeza; pero invoqué el nombre del Señor: “¡Señor, salva mi alma!”» (Salmos 114, 3-4).

Los milagros de sanación confirman la prédica de Cristo, Su poder y Su presencia en el mundo

Nuestro Señor Jesucristo es presentado ya desde el Antiguo Testamento como Aquel que asumió nuestras debilidades, nuestras enfermedades y nuestros sufrimientos. Así, el profeta Isaías dice: «Ha sido traspasado por nuestros pecados, triturado por nuestras iniquidades; el castigo, precio de nuestra paz, cae sobre Él, y a causa de Sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53, 5). En otras palabras, el profeta Isaías dice que Cristo, el Mesías, no es solamente Quien sana, sino Aquel que sufre y sana, al mismo tiempo. Él es Qien asume los sufrimientos y las enfermedades de la humanidad entera. Él se identifica con la naturaleza humana debilitada por el pecado, aunque no tiene pecado. Él sana, no solamente en lo exterior, sino también en el interior. Su sanación es, en primer lugar, compasión, es decir, un sufrimiento conjunto con quienes sufren.

En el Nuevo Testamento, los enfermos piden sanación de nuestro Señor Jesucristo, y también Sus discípulos obran sanaciones, pero con el poder que recibieron de Dios. En el Santo Evangelio vemos cuán importante es la actividad de sanación de nuestro Señor Jesucristo. Él no solamente predicaba, sino que, tal como dice el Evangelio, «recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias» (Mateo 9, 35). Todo el tiempo, alrededor de Cristo había personas que venían a buscarle para que las sanara espiritual y físicamente. El gran número de sanaciones que aparecen en el Santo Evangelio nos demuestra cuán importante era la sanación para la misión de Jesús en el mundo. En un determinado sentido, la sanación misma confirma Su prédica, un modo de proclamar el poder y la presencia llena de compasión de Dios-Hombre entre nosotros, los hombres. Por ejemplo, en los Evangelios, nuestro Señor Jesucristo sana a las siguientes personas: un leproso (cf. Mateo 8, 2-4; Marcos 1, 40-45 y Lucas 5, 12-15); el siervo del centurión de Cafarnaún (cf. Mateo 8, 5-13); la suegra de Pedro (cf. Mateo 8, 14-15 y Marcos 1, 29-31); los dos hombres endemoniados de Gádara (cf. Mateo 8, 28-34); el paralítico de Cafarnaún (cf. Mateo 9, 1-8); dos ciegos y un mudo de Cafarnaún (cf. Mateo 9, 27-35); un epiléptico (cf. Mateo 17, 14-23); la hija de la mujer cananea (cf. Mateo 15, 21-28); el ciego de Betsaida (cf. Marcos 8, 22-26); una mujer que sufría de flujo de sangre desde hacía varios años (cf. Lucas 7, 11-16); una mujer encorvada (cf. Lucas 13, 10-17); los diez leprosos (cf. Lucas 17, 12-19); el ciego de Jericó (cf. Lucas 18, 35-43); el paralítico de Betesda (cf. Juan 5, 1-15);el ciego de nacimiento (cf. Juan 9, 1-38). De igual forma, nuestro Señor Jesucristo obra tres milagros de resurrección de los muertos: el hijo de la viuda de Naín (cf. Lucas 7, 11-16), la hija de Jairo (cf. Lucas 8, 41-56) y Lázaro de Betania, amigo Suyo (cf. Juan 11, 1-44).

Las sanaciones que obra nuestro Señor Jesucristo demuestran Su amor humilde y piadoso por los hombres. Además, estas curaciones tienen un sentido profético: son la inauguración o el comienzo del Reino de Dios en el mundo, o el inicio de una sanación final, que se realizará en un cielo nuevo y una tierra nueva, en donde no habrá más lágrimas ni muerte (cf. Apocalipsis 21, 1-4), porque la resurrección de todos será la sanación definitiva de la muerte y la corrupción de todos los hombres.

La sanación de enfermedades no es el último propósito de la venida del Señor al mundo, sino la sanación del pecado y la muerte

A menudo, el perdón de los pecados es el principio o el cimiento de las sanaciones que obra nuestro Señor Jesucristo. Al paralítico de Cafarnaún, nuestro Señor le dice primero: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mateo 9, 2). Y después le dice: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mateo 9, 6). El perdón de los pecados es, en sí mismo, una forma de sanación del alma, porque la enfermedad más profunda del alma es el pecado. El pecado representa el alejamiento del hombre de Dios, es la ruptura de la comunión o la caída de la comunión de amor del hombre con Dios, con la desobediencia de nuestros protopadres Adán y Eva. Cristo sanó el pecado de nuestros ancestros con Su obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Filipenses 2, 8).

En la labor de nuestro Señor Jesucristo, la sanación de la enfermedad pasajera no es todo y no es el último propósito de Su venida al mundo, sino la sanación del pecado y la muerte, con Su Resurrección, otorgándoles a los hombres la vida eterna.

Amados y amadas fieles,

Durante Su vida terrenal, desde Su Nacimiento en Belén y hasta Su Ascensión al Cielo en el Monte de los Olivos, Cristo-el Señor, por medio de todo lo que Él es como Dios-Hombre, con todo lo que enseña y hace, de hecho, sana y renueva, santifica y enaltece nuestra naturaleza humana, porque une la voluntad humana con la voluntad divina, cumpliendo la voluntad de Dios-Padre, con una humilde obediencia y entrega, en el amor a Dios y a los demás. «Aquel que hizo al hombre[...] Se hace a Sí Mismo parte del sufrimiento, para sanar el nuestro con Su Pasión, y así desvanecer en Su cuerpo nuestras pasiones, que habían sobrepasado cualquier medida, y en Su inmenso amor a la humanidad renueva en el Espíritu las fuerzas de nuestra alma», nos enseña San Máximo el Confesor [2].

Los Santos Apóstoles, al igual que nuestro Señor Jesucristo, cuando sanan el cuerpo y el alma, lo hacen también como un gesto profético de la salvación, siempre orientados a la sanación final, perfecta y definitiva. Lo que tenemos que remarcar, con todo, es el hecho de que los discípulos no sanan a los enfermos con sus propios poderes, sino en el nombre de Jesús, es decir que son portadores de la sanación, habiendo recibido ese don, a pesar de no ser, por sí mismos, fuente de la sanación, como sí lo es nuestro Señor Jesucristo, Quien es la Vida Misma, es decir, la Vida eterna. Él tiene vida en Si Mismo y como Padre que es la otorga a quien desea (cf. Juan 5, 26). Jesucristo no es solamente el resucitado, sino también la Resurección misma: «Yo Soy la Resurrección y la Vida» (Juan 11, 25).

Sacando a Adán de la corrupción y venciendo a la muerte…”

En la Persona divino-humana de nuestro Señor Jesucristo crucificado y resucitado radica, así pues, el manantial de nuestra sanación del pecado y sus consecuencias: enfermedad, sufrimiento, muerte y descomposición.

Los cantos del Canon de la Resurrección demuestran el poder sanador de la Santa Cruz, es decir, de la Sana Pasión de nuestro Señor Jesucristo, así: «Te alzaste a la Cruz, sanando mis pasiones con la pasión de Tu purísimo cuerpo, mismo que voluntariamente decidiste portar» [3]. La salvación, como sanación de la naturaleza humana del pecado, de la muerte y de la corruptibilidad o descomposición, es cantada en los oficios de la Santa Pascua, así: «Muriendo con el cuerpo, como un mortal, Rey y Señor, al tercer día resucitaste, sacando a Adán de la corrupción y venciendo a la muerte. La Pascua de la incorrupción, de la salvación para el mundo» [4].

De igual manera, es significativo el hecho de que la primera fiesta después de la Santa Pascua, el Viernes de la Semana Luminosa, es llamada Manantial de Sanación o Fuente Vivificadora. Esta fiesta nos recuerda que el don sanador de Dios se reveló junto a Constantinopla, en un lugar donde se edificó una iglesia dedicada a la Madre del Señor. En esta iglesia sanaron muchos reyes, patriarcas, monjes y fieles, por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo y la de Su Santísima Madre [5].

El vínculo entre el Gran Viernes Santo, de la Pasión del Señor, y el Viernes del Manantial de Sanación nos demuestra el misterio de la Iglesia de Cristo como espacio de sanación de la enfermedad y la liberación del pecado.

En todos los domingos que siguen a la fiesta de la Resurrección del Señor, hasta la fiesta de la Ascensión del Señor, se nos muestra, de una forma u otra, el poder sanador de Cristo, tanto para el alma como para el cuerpo. Así, el Domingo de las Mujeres Miróforas nos enseña que esas mujeres fueron sanadas del temor, recibiendo la alegría de Cristo, Quien les dice: «¡Alegraos! […] ¡No temáis!» (Mateo 28, 9-10). El Domingo del Paralítico de Betesda nos muestra que la sanación de esa parálisis fue, al mismo tiempo, una sanación espiritual y física, una liberación del pecado y la enfermedad. El Domingo de la Samaritana nos dice que esta mujer, ajena a los hebreos como pueblo y como fe, fue sanada de su dolencia desordenada y del desconocimiento de la fe verdadera. Y el Domingo del Ciego nos muestra que la sanación de un ciego tiene como propósito la exaltación del amor y la piedad de Dios hacia los hombres, para que entiendan que tanto la salud (la vista normal), como la sanación de la enfermedad son dones de Dios.

La fe, la oración perseverante y la caridad favorecen la sanación

Hoy, Cristo, Quien, “en aquellos días” sanaba cualquier enfermedad y cualquier debilidad en el pueblo (cf. Mateo 9, 35), está presente en la Iglesia, que es Su Cuerpo místico. Por eso es que los Sacramentos de la Iglesia son una forma de la presencia activa de Cristo en el mundo por medio de la Gracia del Espíritu Santo. Los Sacramentos son, como decía el padre Dumitru Stăniloae, una múltiple entrega de Cristo. La Santa Escritura y la Santa Tradición nos enseñan que los Sacramentos no son simples instrumentos de la Gracia, sino formas de presencia y entrega del amor sanador de Cristo.

El Sacramento de la Contrición o de la Confesión y el perdón de los pecados, al igual que el Sacramento de la Santa Unción, es fuente permanente de sanación de los pecados, de las pasiones, de las enfermedades y del sufrimiento (cf. Marcos 6, 13; Santiago 5, 14-15). En todos los Sacramentos de la Iglesia obra la Gracia de la Santísima Trinidad, que nos demuestra el amor misericordioso de Cristo, Médico de nuestras almas y nuestros cuerpos(oficio de la Santa Unción) y Fuente de Sanación (oficio de la Santificación del agua).

Sin embargo, para nuestra sanación y nuestra salvación espiritual y física se necesita de mucha fe y de mucha perseverancia en la oración, así como de un amor misericordioso hacia los demás. De igual manera, San Juan Crisóstomo llamó a la Iglesia de Cristo «farmacia espiritual, en donde se preparan nuevos medicamentos, para que podamos sanar de las heridas que nos provoca el mundo» [6]El mismo Santo Padre llama a la sanación espiritual y a la salvación, diciendo: «Entrad a la iglesia y confesad vuestras faltas, arrepintiéndoos por ellas, porque ahí encontraréis un médico que sana los pecados, y no un juez que os condenará. Ahí no se pide el castigo de los pecados, sino que se da el perdón de los pecados» [7].

Dicho de otra manera: “La Iglesia es hospital, no tribunal”. La contrición es la renovación de la Gracia recibida en el Bautismo. Nos da la sanación y la restauración de nuestra vida espiritual. El arrepentimiento nos prepara para recibir la Santa Comunión o Eucaristía, en pos de «la sanación del alma y del cuerpo», con el fin de obtener «el perdón de los pecados y la vida eterna»como se dice en las oraciones de la Comunión. Y con la Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, en la Santa Eucaristía, nos preparamos para la Resurrección (cf. Juan 6, 51-58). Por esta razón, la Santa Eucaristía ha sido llamada “remedio de la inmortalidad” [8] o “remedio de la inmortalidad y medicina para no morir, sino vivir eternamente en Jesucristo” [9]. 

Cristianos ortodoxos,

Actualmente, vemos que a nuestro alrededor hay mucho sufrimiento, muchas enfermedades espirituales y físicas que reclaman consuelo y sanación. En este contexto, nuestra Iglesia intenta contribuir mucho más en el alivio de dicho dolor, tanto con su labor litúrgica, espiritual y pastoral (sobre todo con la Santa Unción), como con su actividad social-filantrópica y social-médica (sanatorios, clínicas y caravanas médicas), incluso con un cultura médica popular, en la que se le aconseja a las personas que tienen que apreciar mucho más el don de la salud, evitando las enfermedades, y a ser agradecidas con quienes les ayudan a sanar, especialmente cuando ellas mismas, debido a su escasez de recursos materiales, no pueden costearse una consulta con el médico o procurarse los medicamentos que requieren.

En estos días festivos, de luz y regocijo para nuestra vida cristiana, los exhortamos a todos, con un amor paterno y fraternal en Cristo, a que mostremos la luz de la fe correcta y de las buenas acciones dondequiera que estemos, compartiendo a los demás el júbilo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, Quien es nuestro Sanador y Salvador.

Oremos por la paz del mundo entero. Demos muestras de amor fraterno también a nuestros compatriotas que viven en el extranjero.

Con motivo de las santas fiestas de la Pascua, dirigimos a todos nuestros más fervientes votos por su salud y felicidad, junto con el saludo pascual: ¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!

Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,

† DANIEL

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.

 Notas:

1. En la redacción de esta pastoral se usaron textos de la Pastoral de la Santa Pascua 2012, “Cristo Resucitado, Médico nuestro” (ver: DANIEL, PATRIARHUL ­ROMÂNIEI, Făclii de Înviere. Înţelesuri ale Sfintelor Paşti [Cirios de Resurrección. Explicaciones de la Santa Pascua]Ed. Basilica, Bucarest, 22020, pp. 243-251) y el artículo: “Jesucristo, Médico de nuestras almas y nuestros cuerpos” [autor DANIEL, PATRIARHUL ROMÂNIEI, en: Lumina de Duminică, IX (20 ianuarie 2013), 3 (373)].

2. San Máximo el Confesor, Capete despre cunoştinţa de Dumnezeu şi iconomia ­întrupării [Fragmentos sobre el conocimiento de Dios y la oikonomía de la Encarnación][III, 14; cf. J.-C. Larchet, Terapeutica bolilor spirituale, Ed. Sophia, Bucarest, 2001, p. 244.

3. Canon de la Resurrección, tono IV, canto IV, Domingo, en los Maitines.

4. Exapostilario, tono III, Maitines de la Santa Pascua.

5. Sinaxario del viernes, en la Semana Luminosa.

6. San Juan Crisóstomo, Omilii la Ioan  [Homilías sobre San Juan] II, 5; cf. J.-C. Larchet, Terapeutica bolilor ­spirituale, p. 254.

7. San Juan Crisóstomo, Omilii despre pocăinţă [Homilías sobre el arrepentimiento] III, 4; cf. J.-C. Larchet, Terapeutica bolilor spirituale, p. 263.

8. Clemente Alejandrino, Cuvânt împotriva elinilor [Prédica contra los giegos] X, 106, 2; cf. J.-C. Larchet, ­Terapeutica bolilor spirituale, p. 273.

9. San Ignacio el Teóforo, Epistola către Efeseni XX [Carta a los Efesios XX], 2; cf. J.-C. Larchet, Terapeutica ­bolilor spirituale, p. 273.