Con todo, ¿qué es la humildad?
Quienes deseen volver a la morada celestial, cuyo Creador y Constructor es Dios, deben abrazar con tesón la bendita humildad, que puede transfigurarlos y hacerlos herederos de la eternidad.
La respuesta a esta pregunta sobrepasa las medidas y leyes humanas. La humildad no es simplemente una virtud o una cualidad que pertenezca a las medidas y formas humanas. Es una cosa y un concepto más alto que lo que existe, algo que solamente puede describirse con la luz y brillo de la Gracia Divina. La humildad es el ícono y la imagen de las cualidades divinas. Por eso, con justicia ha sido nombrada por quienes han alcanzado la deificación “el atuendo divino” y “alhaja de la divinización”. La humildad es considerada el fundamento de la pureza, sello de la perfección, aposento de la perseverancia y muchas otras cosas semejantes.
De entre todo lo que manifiesta la grandeza divina, no falta el buen aroma de la humildad. Por eso, con razón se ha dicho que “Dios les da la Gracia a los humildes” (Santiago 4, 6). La destrucción de la naturaleza humana vino con la aparición de la maldición del egoísmo y la lepra de la vanidad, de la enfermedad y la muerte urdidas por el demonio. En consecuencia, es justo que “Dios se oponga a los orgullosos”, y cuando Él se opone a algo, siendo el Creador del universo entero, ¿quién podría enfrentarle?
En todos los rasgos de la omnipotencia divina, coexiste y convive la imagen de la humildad, sellando la ley y la razón de la inmutabilidad y perfección de la voluntad divina y de la salvadora providencia. La prueba de la perfección de esta imagen divina es que Él Mismo reveló que es Dios y “humilde de corazón”, y no solamente exteriormente. Si Dios Mismo confiesa que es “humilde de corazón”, ¿no significa que la humildad es el carácter de cada persona racional y, en consecuencia, no es ajena a nuestra esencia, sino la hipóstasis y residencia de la vida?
Si la falsificación del hecho de pensar de forma humilde destruyó la maravillosa y refulgente belleza, y hasta la misma dignidad angélica, ¿no significa esto que la humildad es el carácter y la esencia del ser, y no una forma exterior o doblez? A partir de esto entendemos el problema de la amplísima apostasía y caída de la humanidad. Cualquier caída o fracaso tiene como principio y raíz la pérdida de la humildad. El interés personal, el actuar según nuestra propia voluntad, la vanidad, la independencia, la desobedencia, la anarquía y otras cosas semejantes al egoísmo representan lo opuesto a la humildad, que es casa de Dios y Su voluntad.
Si Dios le revela al mundo que es humilde por esencia, no queda ninguna duda de por qué la humildad es necesaria para la sanación y equilibrio en medio de la perversión universal. Todos aquellos que, desde mi punto de vista, asumen su debilidad y caída, deben acudir pronto a la humildad y a la acción para recobrar lo perdido, y no desviarse con ideologías abstractas y satánicas, que sólo traen más muerte.
Millones de atletas del martirio— sangriento y sin sangre—, en la historia de nuestra Iglesia, se distinguieron por su humildad, imitando a nuestro dulcísimo Señor. Por eso, quienes deseen volver a la morada celestial, cuyo Creador y Constructor es Dios, deben abrazar con tesón la bendita humildad, que puede transfigurarlos y hacerlos herederos de la eternidad.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 103-105)